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Noviembre 7: La imagen de la viuda

Marcos 12:38-44, domingo, noviembre 7 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  La viuda, tanto entre los judíos como entre los egipcios, era mirada como el miembro débil de la sociedad, junto con el huérfano y el extranjero. La viuda estaba sometida a dificultades económicas, sociales y legales principalmente por carecer de un patrocinio masculino. La defensa de la viuda se entendía como una obligación moral. El hombre debía proceder caritativamente frente a ella y quienes no procedieran así serían castigados por Yahvéh con similar estado. “ No vejar ás a viuda ni a huérfano. Si le vejas y clama a m í, no dejaré de oír su clamor, se encender á mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos” (Ex 22:21-23). La situación miserable de la viuda servía de expresión metafórica de la situación miserable de Sión (el pueblo judío). En los Salmos y en la literatura sapiencial, Yahvéh es protector de viudas y defensor de sus causas. Se distinguían por su vestir y su cabello. Algunas tenían a alguien concreto que las protegiera como Judá a Tamar, un adulto para Tekoa, David para sus concubinas, Boaz para Rut, un hijo adulto para Hiram, el hijo de la viuda de Joroboam, pero también había viudas sin quien las apoyara que no tenían más defensor que Yahvéh o algún profeta, como la viuda de Sarepta. Unas pocas viudas disfrutaban de propiedad (Noemí, Abigail, la Sulamita) para su sustento, pues la herencia iba preferencialmente al varón primogénito y no a la viuda.
El sumo sacerdote no podía casarse con una viuda o con una divorciada, pues formaban parte de un grupo marginal. Para beneficio de las viudas estaba el diezmo cada tres años y el rastrojeo (lo que dejaban) de las cosechas. Siendo débil la viuda, su defensa era obra de Yahvéh o del gobernante y también obligación del individuo. Los profetas se encargan de recordarlo a la monarquía y al Templo, en una sociedad patriarcal. La ley del levirato algo protegía a algunas viudas, siempre dentro de la misma estructura patriarcal. En dicha cultura patriarcal era imposible vivir sola, pues la unidad fundacional y el espacio base de existencia era la casa o familia y, fuera de ella, una mujer quedaba abocada a la prostitución o vagaba sin ayuda por el territorio. Una ciudad caída en desgracia era llamada “viuda” (almanah, en hebreo). La mujer de los tiempos bíblicos era propiedad del hombre y dependía de este para su sustento. Cuando virgen era propiedad de su padre; casada, del marido; y viuda sin hijo adulto, de los herederos de su esposo. La viudez era considerada como una desgracia, un oprobio y una vergüenza, igual que ser estéril. El papel de la mujer era ser esposa y madre de muchos hijos y ocuparse de las faenas domésticas[1]. La viudez representaba pérdida de posición social, marginación y falta de sustento. En el momento del fallecimiento del esposo, y como señal de duelo, la viuda se quitaba las joyas, se vestía de saco y se mesaba los cabellos, no ungiéndose la cabeza con perfume. Bajo el sistema poligámico, algunas esposas eran recluidas por sus maridos, en condición de “viudas virtuales”.
La Ley de Israel, muy diferente a la romana, afirma para la viuda derechos superiores, avalados por el mismo Yahvéh, asi como para el huérfano y el extranjero. Una justicia parcializada por el pobre. Así aparece en el código (decálogo) de Siquem, la más antigua de las legislaciones recogidas en la Biblia. En esa línea sigue el Código de la Alianza, que aparece integrado en la teofanía y el pacto del Sinaí, como una continuación del Decálogo y que incluye diversas leyes de tipo social, criminal, económico y cultual que forman la base de toda la legislación israelita. Entre ellas destaca la ley de las viudas y de los forasteros. El Deuteronomio manda que las viudas sean invitadas en todas las fiestas judías. “Celebrarás [la fiesta] ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas y tus siervos y tus siervas, y el levita que está junto a tus puertas, y el forastero, y el huérfano y la viuda que viva entre los tuyos” (Dt 16:11-12). En los días de fiesta, el israelita debe acoger a quienes no tienen familia y, de un modo especial, a las viudas.
Estamos acostumbrados a la vida social en Occidente que sostiene otros principios. Pero la Biblia Hebrea (judía) nos abre a la experiencia de un Yahvéh infinito (más allá del sistema), que se revela precisamente en los expulsados: huérfanos, viudas, forasteros son sus representantes. En el cristianismo y hasta el siglo XII el “vicario de Cristo” era el pobre. En el Nuevo Testamento, especialmente en Lucas, se aprecia la misma predilección de Jesús hacia las viudas, presentes en la Ley y los profetas. Jesús critica a quienes atentan contra los recursos de las viudas. “D evoran (los fariseos) la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendr án una sentencia más rigurosa”. Jesús pone a la viuda como ilustración de sus enseñanzas. Muestra su compasión y cuidado con la viuda de Naín, como Elías al devolverle la vida al hijo único de la viuda de Sarepta, o como Eliseo al multiplicar el aceite de la viuda pobre para evitar que sus hijos fueran vendidos como esclavos por no tener con qué pagar las deudas. En la comunidad primitiva de Jerusalén las viudas forman un grupo aparte, cuyas necesidades son cubiertas diariamente y para cuyo servicio se establecen los diáconos. La carta de Santiago llega a decir que “la religión pura e incontaminada delante de Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg 1:27). En un tiempo en que la mortalidad masculina era alta por accidentes, conflictos o puro agotamiento, las viudas abundaban de un modo dramático y, sin duda, las primeras comunidades cristianas se hicieron cargo de esta situación aportando sus recursos a la ayuda y mantenimiento de las viudas desvalidas.
En las cartas pastorales se aborda la cuestión de las viudas desde el punto de la vista de la administración eclesial y se las clasifica en varios grupos. Se desaconsejan las segundas nupcias, idea que duró por siglos; excepto si eran jóvenes para evitar un mal mayor. La categoría socio-económica empieza a derivar en categoría moral. Pero, en general, segundas nupcias fueron mal vistas en el cristianismo [2]. Atenágoras (siglos II y III) hablaba del nuevo matrimonio como de “un adulterio decente o velado”; igual piensa Tertuliano, que escribió tres obras sobre la monogamia. Desde finales del siglo II hasta el IV, los autores eclesiásticos hablan de las viudas ancianas como una especie de hermandad encargada de ocuparse de las mujeres que pertenecían a la Iglesia y de los huérfanos, pero especialmente de las viudas más jóvenes. Cuando el mantenimiento de las viudas pudiera correr a cargo de los familiares, la comunidad no debía asumir tal responsabilidad. En el hinduismo se llegó al extremo del Sati: la viuda debía incinerarse viva con su difunto esposio.
En documentos del siglo V se asigna a las viudas funciones de diaconisas en los bautismos, en las visitas a los enfermos y en la instrucción. Frente al judaísmo se aprecia un avance en el cristianismo, pues algún estatus menos deprimente se da a la viuda al igual que el eunuco y a la virgen. La función de la mujer no es solamente procrear muchos hijos como en el judaísmo. El evangelio de hoy se queda corto, pues la viuda termina dando “todo su sustento” al Templo cuando era precisamente el Templo y otras instancias las que las socorrían. Nos toca intentar otra lectura alternativa. Es función de las Escrituras provocar la reflexión incesante.
 
[1] A veces cuando se defienden “valores de la familia” se tiene en mente una estructura similar, como en los “family values” de varias campañas presidenciales en USA: sumisión y división de clases en lo laboral.
[2] Preludio quizás del criterio actual sobre los vueltos a casar.

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