Lecturas: Daniel 7, 13-14; Sal. (93) 92, 1-5; Apocalipsis 1, 5-8; Juan 18, 33- 37
En aquel tiempo, Pilato le dijo a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Y Jesús le respondió “¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?” Pilato respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que yo no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Juan 18, 33- 37).
1. Reconocemos a Cristo resucitado como Señor del Universo
Este último domingo del año litúrgico la Iglesia Católica proclama solemnemente a Jesús resucitado como Rey del Universo. Este título equivale al de Señor (en griego “Kyrios” y en latín “Dominus”). Otro término proveniente del griego para designar al rey es Basileus (de donde proviene la palabra “basílica” -casa del rey-), pero el título de Señor dado a Jesús expresa el reconocimiento de la soberanía de Dios en su persona, y por eso es llamado también Cristo, nombre que procede asimismo del griego y equivale al hebreo Mesías: Ungido para reinar.
Los Evangelios cuentan que, antes de llevar los jefes religiosos judíos a Jesús ante el gobernador romano Poncio Pilato, el sumo sacerdote Caifás le preguntó si era el Mesías, y como tal el Hijo de Dios -otro título que se le daba al ungido para reinar-, y respondió: “verán al hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo”. Este otro apelativo, el “hijo del hombre” con el que Jesús solía referirse a sí mismo, evoca la visión profética relatada en la primera lectura (Daniel 7, 13-14): “Vino en las nubes del cielo un hijo de hombre, que se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia; a él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, su reino no será destruido jamás”.
2. «Mi reino no es de este mundo…»
Jesús había proclamado la cercanía del reino de Dios, a quien enseñó a sus discípulos a invocar como Padre nuestro, diciéndole venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Ahora, al decirle a Pilato “mi reino no es de este mundo”, manifiesta implícitamente que Él, tanto en su divinidad como en su humanidad, participa plenamente de la soberanía universal de Dios Padre, que difiere de los imperios terrenales.
Ahora bien, la frase mi reino no es de este mundo debe ser entendida no como si se refiriera a algo etéreo sin nada que ver con nuestras realidades concretas, sino como una invitación a reconocer el sentido espiritual de la soberanía de Cristo, que es la soberanía del poder del Amor. Jesús había predicado que el reino de Dios es de quienes se reconocen necesitados de salvación, de quienes tienen hambre y sed de justicia, de quienes trabajan por la paz contribuyendo a que nadie pretenda esclavizar a los demás como suelen hacerlo los poderes opresores de este mundo. Y por eso no quiso que se confundiera su soberanía con los poderes terrenales: no se dejó proclamar rey después de haber obrado la multiplicación de los panes y los peces, y les dijo claramente a sus discípulos que Él, siendo el Señor, no había venido a ser servido, sino a servir. En este sentido, el reino de Dios no es un poder tiránico, sino la soberanía del Amor en su sentido más completo.
En el contexto político de lo que significa hoy el término “democracia” como el poder soberano del pueblo, el concepto de la realeza entendida como dominio de una o unas pocas personas sobre las demás ha perdido valor, y así debe ser. Pero cuando lo aplicamos a lo que significa el “reino de Dios” en los Evangelios, a lo que nos referimos es a que Dios quiere establecer en la tierra el reinado del Amor -que es Él mismo-, y este reinado se da en nuestra vida, tanto personal como social, cuando nosotros lo dejamos obrar orientando nuestras intenciones y acciones de acuerdo con su voluntad.
3. “Yo para esto he nacido y venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”
Es significativo que la respuesta de Jesús a Pilato termina con una frase que se refiere a la verdad, y que concuerda con lo que se dice en la segunda lectura (Apocalipsis 1, 5-8), al llamar a Jesucristo el testigo fiel o fidedigno (digno de crédito), es decir el que con sus hechos y palabras da un testimonio veraz del proyecto salvador de Dios para la humanidad. Y, además, al decir que había nacido y venido al mundo para “dar testimonio de la verdad”, Jesús significaba implícitamente que la pretendida soberanía universal y absoluta del emperador romano, a quien Pilato representaba y que exigía ser adorado como un dios, era una mentira soberana. También nosotros podemos aplicar hoy esta afirmación de Jesús contra los poderes que pretenden erigirse en dominios tiránicos, como lo hacen los reinos de este mundo que pretender destronar a Dios.
El prefacio de la plegaria eucarística de este domingo, antes de proclamar tres veces Santo al “Seño Dios del Universo” y decir “bendito el que viene en el nombre de. Señor”, proclama la soberanía universal de Jesucristo como un “reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz”. Dispongámonos a poner en práctica nuestro reconocimiento de esta soberanía, para que Dios, que es Amor, reine verdaderamente en nuestra vida.
Y que María santísima, a quien en el último misterio glorioso del santo rosario proclamamos “Reina universal de todo lo creado” como partícipe máxima que es del reinado de su Hijo, nos disponga a vivir lo que decimos cuando proclamamos “Rey del Universo” a nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones espirituales suscita en mí el relato del Evangelio de hoy?
2. ¿Cómo percibo que el Evangelio de hoy me invita a reconocer el reinado de Cristo en mi vida?
3. ¿A qué siento que me llama Jesús al decir que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad?