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Octubre 10: Obstáculo para el reinado de Dios

Marcos 10:17-30, domingo, octubre 10 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  En los evangelios aparecen muchas escenas de éxito de Jesús en su llamado a tomar parte en la construcción del reinado de Dios. Pero igualmente aparecen algunos fracasos y frustraciones. Las razones para esto último son variadas pero quizás la más frecuente es el apego a las riquezas; el ser dominado por el deseo de tener, de poseer, de acumular por encima de las necesidades. Siendo una tendencia natural de todo ser, no hay nada demoniaco en ello, pues aparece hasta en las culturas más primitivas dedicadas a la caza o a la recolección de frutos del bosque. Pero dado que el ser humano es “animal racional” (así lo definían los griegos), la razón se encarga de incentivar tal tendencia por encima de lo necesario, con razones[1] variadas como asegurar o prever el futuro como lo atestiguan las múltiples empresas de seguros hoy en día. El candidato al seguimiento del Jesús en el evangelio de hoy tenía riquezas en este mundo y esperaba conservarlas y obtener igualmente la vida eterna. Esto da ocasión para la expresión hiperbólica más dura en los evangelios sobre la riqueza: “Es más difícil a un camello pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.” Tan chocante resulta que se han dado diferentes interpretaciones tanto al término aguja como al término camello. Dada la similitud en griego de camello (Κάμηλος, kámelos) y lazo (κάμιλος, kámilos) se ha postulado una corrupción del copista para decir que no se refería al camello sino a la maroma (lazo para atar barcas). Igualmente, que aguja no se refería a la herramienta para remendar o coser sino a las entradas a la ciudad de Jerusalén construidas en forma de aguja (como las ojivas de la arquitectura musulmana). Pero no se ha encontrado en las excavaciones ningún indicio de que existiera la tal aguja (puerta) de los camellos en la ciudad de Jerusalén. El camello era el animal de mayor tamaño en Palestina. Más acertado es el comentario de Chesterton quien expresaba, no sin ironía, que “desde que Jesús dijo que entra más fácil un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos, la humanidad se ha empeñado en hacer agujas más grandes y camellos más pequeños”. En otras palabras, hacer realidad lo que pretendía el hombre rico (en Mateo es un joven) de conservar sus riquezas y entrar en los cielos.
En la respuesta de Jesús queda claro que no es suficiente guardar los mandamientos para construir reinado de Dios, pues es necesario ir más allá. Cumplir la ley quizás produzca buenos ciudadanos pero esto no los constituye simultáneamente en buenos cristianos. Ninguna ley puede exigir perdonar las ofensas, amar a los enemigos, dar la vida por los demás, orar por los perseguidores, caminar la milla extra, dar la capa a quien pide la túnica, prestar sin esperar nada a cambio y otras enseñanzas más. En la comunidad (monacal) de Qumrán se pedía venderlo todo pero para darlo a la misma comunidad. No sería exigencia mayor para quien tuviera pocos bienes pues el apego es proporcional a la cantidad de bienes, como se constata a lo largo de la historia. Apego que se tiene no solamente a los bienes económicos sino igualmente al poder y al valer. Si para entrar en el reinado de Dios el presupuesto es la conversión, en el caso del hombre rico implica tres cosas: a) vender lo que tiene; b) darlo a los pobres; y c) seguir a Jesús. Esto último es el distintivo del discipulado; invitación concorde con lo que el mismo evangelio expresa cuando dice que Jesús “poniendo en él los ojos, lo amó”. Aquí aparece la misma palabra que se ha comentado en otra parte: ágape (amor oblativo). Es decir, ese amor que se abaja sin mérito ninguno de quien es amado, como lo expresa el himno del capítulo 13 de la primera carta a los corintios.
Las primeras dos peticiones de Jesús (venderlo todo y darlo) expresarían la conversión experimentable: pasar del apego a las riquezas al desprenderse de ellas. La tercera (seguirlo) sería propiamente el llamado. El evangelio nos dice que Jesús fracasa en las tres peticiones pues el hombre “ anubló su semblante y fuese triste, porque tenía mucha hacienda.” Vale anotar que las riquezas no dejaron de ser problemáticas en el judaísmo pues se contaban como bendiciones de Yahvéh. Hoy ha resucitado esta idea la Prosperity Gospel (o Teología de la Prosperidad). Morir anciano, lleno de hijos y de riquezas era la muerte bienaventurada del judío. Eran los profetas los que criticaban las riquezas como producto de las injusticias o de no haber socorrido a la viuda, al huérfano y al extranjero. En los mismos libros del Antiguo Testamento hay variaciones al respecto. La literatura sapiencial considera la pobreza como consecuencia de la pereza y la frivolidad y como castigo a la impiedad (ética calvinista). Pero también hay escritos decididamente contrarios a las riquezas y defensores de la pobreza, de manera que coinciden la pobreza y la vida piadosa, por un lado, y la impiedad y la riqueza por otro. El pobre estaría cerca de Yahvéh y la pobreza se convierte en un concepto religioso. Después de todo: “No hay problema humano que no implique un problema teológico”. En el caso del evangelio de hoy, las riquezas se vuelven más bien un estorbo para la supuesta bendición. En las bienaventuranzas se declara bienaventurados a los pobres (materiales en Mateo y pobres en el espíritu en Lucas). Sobra decir que la riqueza y la pobreza no son conceptos absolutos sino relativos a tiempos, lugares y personas, como hoy nos enseñan las ciencias sociales. En la época de Jesús se tomaban por situaciones naturales y en última instancia por querer divino. Hoy sabemos que son producidas (tanto la riqueza como la pobreza) por el tipo de relaciones humanas.
La comparación hiperbólica del camello y la aguja no parece tan extraña ni necesaria de acomodación porque en la literatura talmúdica se encuentra el dicho rabínico de un elefante que pasa por el ojo de una aguja. Hay una frase similar a la de Jesús que cita el impugnador del cristianismo Celso y toma de Platón: “Es imposible que un hombre extraordinariamente bueno, sea al mismo tiempo extraordinariamente rico.” Aún sin conocer las ciencias sociales (como la economía) habría testigos de las injusticias con las que se suele amasar la riqueza. Jesús no suaviza sus palabras ante la pregunta de los discípulos horrorizados al deducir de ellas la imposibilidad de la salvación. Al contrario, las subraya: “A los hombres sí es imposible, mas no a Dios”. La ambición por los bienes, por las riquezas, no es erradicable del ser humano porque forma parte de su ser, pero puede ser contrarrestada por la gracia que no es una cosa sino un adverbio, un modo de obrar; no en función de sí mismo sino de los demás. En vez de acumular nos hace compartir; en vez de acumular para sí, darlos a los demás.
En el desarrollo de la teología de la pobreza, Clemente de Alejandría marca un hito de suavización. Para este, el sentido literal del llamado de Jesús a la pobreza no podía ser su intención. No tendría sentido, decía, que Jesús quisiera a todos pobres. Llega a expresar que es un maravilloso negocio divino que podamos comprar la incorruptibilidad con el dinero; entregando bienes perecederos de este mundo, ganamos morada eterna en el intercambio. La tendencia a hablar de la pobreza en términos espirituales y abstractos de muchos teólogos, en vez de llevar a la liberación del pobre, puede llevar a justificar su existencia y su permanencia en la pobreza. Hoy, los pobres son más abundantes que en el pasado y se justifica “científicamente” su existencia. Son un desafío para todas las religiones que predican el bien común para todos y denuncian la inequitativa distribución de los bienes de este mundo.
 
[1] Lutero llega a decir que la razón es la ramera del diablo, que solo calumnia y perjudica las obras de Dios. Lo contario de la escolástica.

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