Marcos 10:35-45, domingo, octubre 17 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ La ambición de poder es una de las tendencias naturales de todo ser vivo. Incluso en el reino animal se nota en una camada de mamíferos que los cachorros luchan entre sí para imponerse sobre los demás. De adultos, los que perviven en manadas, ordinariamente tienen un “macho alfa” que se impone sobre los demás. En las plantas se da la lucha por el sol, el agua o los nutrientes y, a manudo, unas plantas priman sobre otras. La diferencia entre tales seres vivos y el hombre es que tal deseo, impulso o instinto de poder, encuentra rápidamente su propio límite y satisfacción. En cambio, en el ser humano, al disponer de la razón, no hay límite a tal ambición como lo constatamos a lo largo de la historia de la humanidad. El dictador no pone límite a su deseo de poder y se empeña en aumentarlo ordinariamente hasta la muerte. Piénsese en Alejandro Magno, Gengis Kan, los emperadores romanos, Napoleón Bonaparte, los zares rusos, Adolfo Hitler, Mussolini y muchos más. El evangelio de hoy pone un límite al poder con la hipoteca del servicio. «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, ser á vuestro servidor». La ilustración que trae el evangelio une el título de “hijo de Adán” (hijo del hombre) con el título que se le habría dado a Jesús en el bautismo: «Y se oy ó una voz que venía de los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1:11). Jesús regaña a Santiago y Juan por desear puestos de poder en la gloria. El período de la monarquía dentro del cual destaca el judaísmo los reinados de David y Salomón, altera la concepción original del judaísmo como un pueblo igualitario y le crea la ambición de ser como otros reinos vecinos, con poder, conquistas, riquezas, expansión, dominio sobre las naciones. Serán los profetas quienes mantengan vivos ideales más altos. La enseñanza de Jesús respecto a tales ambiciones es la totalmente contraria. «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor». Lógicamente que establece un claro contraste con la manera como se entiende el poder en este mundo. « Sab éis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder.» En la época de Jesús habían tenido la experiencia de los que dominan y oprimen, empezando por los egipcios. También con los babilonios, los asirios, los griegos y los romanos. La tentación de enfrentar el poder con mayor poder, de vencer el poder con más poder parece la lógica humana evidente.
En el evangelio hay una actitud contra-cultural evidente. De hecho la religión ha cumplido un doble papel: para justificar los gobiernos de este mundo pero igualmente para criticar los gobiernos de este mundo. Ciertamente, a los poderosos les gusta más la primera función y buscan acallar la segunda. Fue el caso de Israel con sus reyes y con sus contradictores los profetas. «E l Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. » En la concepción judía, que tenía detrás el sueño de la teocracia, todo el pueblo era hijo de Yahvéh y el término hijo (eved, en hebreo) era sinónimo de siervo. Jesús no asocia el título de “hijo del hombre” a prerrogativas divinas, victoria o poder sino a lo opuesto; a servir y dar la vida por otros. El judío no debía ser siervo sino de Yahvéh y de nadie más sobre la tierra. Infortunadamente, con el rey Salomón se re-introduce la esclavitud en Israel. Jesús se atribuye el título de “hijo del hombre” que no significa otra cosa que “hijo de Adán” en el judaísmo. Es decir, que lo que da sentido a la vida de todo hombre es el servicio. En el Nuevo Testamento se recalca aún más este aspecto pues tal servicio debe ser al pobre, al marginado. Así sintetiza Pablo el cumplimiento de la “ley cristiana” del amor sacrificial al prójimo: « Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid as í la ley de Cristo» (Gal 6:2). En la carta a los filipenses lo expresa de forma más contrastante, pues el creyente ha de llegar a considerar al otro superior a sí mismo. « Nada hag áis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo» (Fil 2:3). La tendencia natural, como antes se dijo, es considerarse a sí mismo como superior a los demás y a imponerles la propia voluntad y hasta los propios caprichos. De ahí que la manera como se procede consigo mismo resulta problemática como criterio en algunos mandatos del evangelio como “amar al prójimo como a sí mismo”. El escritor británico Chesterton escribía con cierta ironía: “No trates a los demás como quisieras ser tratado pues quizás no tenga tus mismos gustos.” El amor a sí mismo no tiene límite pues nunca sentimos amarnos lo suficiente, excepto en el caso patológico de la baja autoestima. Cuando definimos a Jesús como el hombre para los demás es casi como dijéramos que lo importante, desde el punto de vista cristiano, es el amor sacrificial por los otros. Este se expresa en el evangelio de hoy como el servicio; lo único que le da legitimidad cristiana al poder. Una petición similar de Santiago y Juan se relata en paralelo en el evangelio de Mateo pero en boca de su madre. Algunos sugieren que Mateo buscó suavizar el error de los discípulos quienes habrían escuchado el anuncio de la pasión de Jesús. En boca de su madre sonaba más lejano y quizás aceptable (¿ingenuidad?). En el evangelio de hoy les reitera Jesús el futuro que los espera: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber o de ser bautizados con el bautismo que yo voy a recibir? Ellos respondieron: Sí que lo somos. Pero Jesús les dijo: Cierto; beberéis el cáliz que yo voy a beber y seréis bautizados con el bautismo que yo voy a recibir.» El destino de los discípulos no será muy diferente del destino de Jesús. Tenemos otro ejemplo de petición directa e indirecta en el caso del siervo del centurión. En Lucas son los ancianos judíos quienes hablan a favor del centurión mientras en Mateo el intercesor es omitido y es el centurión el que habla directamente a Jesús.
La respuesta y corto diálogo de Jesús refuerzan las predicciones de su pasión. Jesús es advertido de que en Jerusalén no lo espera la gloria sino el sufrimiento. La copa y el bautismo forman un paralelismo de la misma idea. La copa como la de la pasión y el bautismo como ser sumergidos en la pasión y muerte de Jesús para ser como él resucitados. Pablo expresa claramente el sentido de la copa. « Pues cada vez que com éis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Co 11:26). El reclamo de Jesús de que no le correspondía asignar tales puestos a su derecha y su izquierda (¿prefiguraría los dos crucificados a su lado?), lo que sería una limitación de su autoridad, difícilmente puede pensarse que sea una creación de la comunidad y más bien una tradición que viene del mismo Jesús. La tendencia de la iglesia primitiva sería más bien a intensificar el poder milagroso de Jesús, como se hizo en los evangelio apócrifos, incluso hasta su infancia; y más bien, ignorar toda limitación que pudiera asignársele. También puede interpretarse como que la primitiva comunidad no estaría interesada de manera especial en quien se sentara a la derecha e izquierda de Jesús ni debía ser del interés de sus sucesores. Si en este mundo se mantienen, agravan y persisten las diferencias, en el reinado de Dios se espera que no cuenten. Así lo han planteado muchos que debe implicar la idea de la comunión de lo santo. Las desigualdades en esta vida no tendrían por qué replicarse eternamente. La misma función de los declarados santos (llamada iglesia triunfante) no es mantener su estatus sino ocuparse de la salvación de quienes estamos en camino (iglesia militante). La reacción de indignación de los otros discípulos a la petición de Santiago y Juan muestra cómo la ambición de poder afecta, en toda comunidad, las relaciones humanas. La emulación (no competencia) en la vida cristiana no es en el poder sino sin el servicio, como lo expresa el evangelio de hoy y como lo expresó Jesús con su vida.