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XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C – Octubre 9 de 2022
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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
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En aquel tiempo, mientras iba de camino hacia Jerusalén, pasó Jesús por la frontera entre Samaria y Galilea. Y al entrar a una población, le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a distancia y empezaron a gritar: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!” Cuando Jesús los vio, les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y al ir a presentarse, quedaron libres de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano. Jesús preguntó: “¿Y no quedaron los diez libres de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo sino este extranjero que volviera a dar gloria a Dios?” Entonces le dijo: “Levántate y vete. Tu fe te devolvió la salud” (Lucas 17, 11-19).
Una de las primeras expresiones que se aprenden en una buena educación es la del agradecimiento. Cuando al niño o a la niña se les da un regalo, se les pregunta: “¿cómo se dice?”, y la respuesta esperada es “gracias”. Esto indica lo mucho que apreciamos el valor de la gratitud.
Sin embargo, la ingratitud es muy frecuente, sobre todo por parte de quienes se consideran superiores. Pero aun si agradecemos a las personas de quienes recibimos favores y hasta le damos “gracias a la vida”, como dice la canción, podemos preguntarnos: ¿nos acordamos de agradecerle a Dios sus beneficios, empezando por la vida misma, o sólo nos dirigimos a Él para pedirle ayuda cuando nos encontramos en problemas?
1. “¿Y los otros nueve dónde están?”
Al ver de lejos a Jesús que va hacia Jerusalén y pasa por Samaria, diez leprosos, marginados socialmente por su enfermedad, le piden que se compadezca de ellos. Él obra entonces el milagro de curarlos a todos, pero sólo uno responde alabando a Dios y da las gracias. “¿Y los otros nueve dónde están?”, pregunta Jesús. Un detalle: el único que expresa su agradecimiento es un samaritano, perteneciente a un pueblo extranjero enemigo de los judíos de aquel tiempo, y especialmente rechazado por los fariseos y doctores de la Ley que se oponían a Jesús y a su mensaje universal que no admite discriminaciones.
Este relato puede interpretarse en el contexto de la contraposición entre el rechazo a Jesucristo por parte de una gran parte de sus coterráneos -especialmente la mayoría de los fariseos y doctores de la Ley- y la acogida de su mensaje por parte de los “gentiles”, como son denominados en la Biblia los no judíos.
Sin embargo, podemos aplicar también su significado a la situación de quienes, en cualquier época o lugar, se creen superiores a los demás porque pertenecen a una raza o nación determinada. El que se cree superior, nunca o rara vez se muestra agradecido, porque considera que todo se le debe.
2. La lección del relato de la curación de Nahamán
La primera lectura, tomada del segundo libro de los Reyes, del Antiguo Testamento (5, 14-17) nos presenta a otro extranjero que expresa su gratitud al ser sanado de la lepra. El relato es mucho más extenso, pero el pasaje escogido nos invita a centrarnos en el gesto agradecido del sirio Nahamán.
El instrumento de Dios para sanarlo fue el profeta Eliseo, que vivió en Israel hacia la segunda mitad del siglo IX a.C. -, y a quien la teología bíblica cristiana reconoce como una prefiguración de Jesús. La gratitud de Nahamán se expresa en su oferta de un regalo que Eliseo no acepta precisamente porque se reconoce servidor e instrumento de Dios: es a Dios a quién se debe agradecer.
Hay un detalle en los versículos siguientes que no incluye la primera lectura: un empleado de Eliseo, llamado Guejazí, se aprovecha de la situación para pedirle después dinero a Nahamán, supuestamente en nombre del profeta. Pero cuando recibe el doble de lo que ha pedido, la lepra que antes había tenido el sirio se le pega a aquél empleado mentiroso y corrupto. Todo el relato nos presenta entonces una lección no sólo acerca del agradecimiento, sino también sobre la honestidad en las relaciones humanas.
3. La Eucaristía es acción de gracias
El significado del término griego “Eucaristía” -acción de gracias o alabanza agradecida-, es el de un acto gozoso de agradecimiento por el buen (eu) don (xaris) recibido. En la Eucaristía le damos gracias a Dios en comunidad por el don maravilloso de su Hijo Jesús, sacrificado por nosotros en la cruz, muerto y resucitado, que nos sana espiritualmente, nos transmite sus enseñanzas y nos comunica su propia vida cada vez que nos reunimos junto a una misma mesa para compartir el pan de vida y la bebida de salvación, realizando lo que Él mismo dijo que hiciéramos en memoria suya.
Y esto mismo es lo que quiere expresar el apóstol san Pablo cuando en el texto de la segunda lectura le dice a su amigo, discípulo y colaborador Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo, el Señor resucitado”
(2ª Carta a Timoteo 2, 8-13). La Eucaristía es “memorial” de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. No un simpe recuerdo simbólico de la cena pascual con sus discípulos la víspera de su sacrificio redentor en la cruz, sino una actualización de ese mismo sacrificio.
Así pues, que nuestra acción de gracias a Dios sea una actitud consciente y constante. Tanto en la oración individual como cuando nos dirigimos a Él en familia o en comunidad, lo primero que deberíamos hacer es agradecerle su amor infinito manifestado en tantos bienes recibidos, sobre todo en su acción sanadora y salvadora por medio de Jesús. Y que la intercesión de María santísima -en cuyo honor dedicamos este mes de octubre a la advocación de Nuestra Señora del Rosario, y quien nos dejó en su “Magníficat” una sublime expresión de alabanza agradecida al Señor- nos alcance de su Hijo Jesús la gracia necesaria para que nuestra gratitud no se quede en palabras, sino que la llevemos a la práctica con nuestra entrega generosa de servicio a Dios en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados. Así sea.
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