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Octubre 2: Fe y Humildad: virtudes esenciales

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XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C – Octubre 2 de 2022

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Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ

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En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: – «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, y gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.» Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia ustedes, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.» El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.» Abraham le dice: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» El rico contestó: «No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.» Abraham le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, aunque resucite un muerto.»» (Lucas 16, 19-31).

1. “Si tuvieras fe como un granito de mostaza…”

La imagen del grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas, aparece empleada por Jesús dos veces en los Evangelios. Una de ellas, cuando compara el reino de los cielos -o reino de Dios, que es lo mismo y corresponde a la obra que realiza en nosotros el poder del Amor- con la semilla que va creciendo hasta convertirse en un árbol grande (Mateo 13,31-35); la otra aparece en el Evangelio de hoy, cuando nos dice que si tenemos fe, aunque sea en su grado más mínimo, lograremos lo que parece imposible, como hacer que cambie de lugar un árbol -o un monte, dicen los textos paralelos de los evangelistas Mateo y Marcos, de donde proviene el conocido refrán “la fe mueve montañas”-.

Ahora bien, la verdadera fe consiste en adherirnos a Dios sin dejarnos amilanar por los problemas. En la primera lectura, el profeta Habacuc (1,2-3; 2,2-4) experimenta la tentación del desánimo porque le parece no ser escuchado por Dios, y la respuesta a su clamor es una invitación a creer: el justo vivirá por la fe. Y en la segunda lectura, tomada de la segunda carta de Pablo a Timoteo (1, 6-8.13-14), el apóstol le dice: confía en el poder de Dios. En ambos textos bíblicos hallamos una invitación a no desanimarnos ante las dificultades pensando que Dios no nos escucha, sino a confiar en Dios que nos creó (Salmo 94), que quiere nuestro bien y conoce mucho mejor que nosotros lo que más nos conviene para la vida eterna, y para quien nada es imposible.

Pero esto no nos exime de poner cuanto esté de nuestra parte. La verdadera fe es a la vez confianza en Dios y en nuestras capacidades: confianza en Dios como si todo dependiera de Él, pero haciendo nuestro trabajo como si todo dependiera de nosotros. “Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en Dios como si todo dependiera de él”, escribió en este sentido san Ignacio de Loyola.

 2. “Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer”

Jesús nos invita igualmente a ser humildes. El granito de mostaza es también una imagen de la humildad. Pero Jesús agrega otra: la del servidor que no exige lo que no le corresponde. Los términos humildad y humanidad provienen del latín humus: el barro de la tierra. Reconocer lo que somos no es minusvalorarnos, sino aceptar nuestra realidad de seres humanos, de creaturas en las manos de Dios.

Por eso Jesús nos dice que, al hacer la voluntad de Dios, en lugar de esperar o ambicionar honores, reconozcamos sencillamente que hemos cumplido con nuestro deber. Esto es lo que Él mismo nos enseñó con su ejemplo: siendo Dios se hizo humano y servidor, tal como les diría a sus discípulos al iniciar la última cena con ellos antes de su pasión: Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve (Lucas 22, 27).

3. Pidamos los dones de la fe y de la humildad

Pidámosle al Señor, como sus apóstoles, que nos aumente la fe. No la falsa consistente en creencias vacías sin repercusión en la vida concreta, sino la auténtica: adherirnos a Dios confiando plenamente en Él, y poner en práctica, sin desanimarnos ante los problemas, las capacidades que Él mismo nos ha dado. Y pidámosle asimismo que nos haga humildes, invocando la intercesión de María, la humilde servidora del Señor -tal como se llamó a si misma (Lucas 1,48)- y la de tantos santos y santas que se distinguieron por su humildad. En este mes el día 7 se dedica a la advocación de Nuestra Señora del Rosario, y además:  

  • El día 1º a la religiosa carmelita francesa santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), patrona universal de las misiones al haber ofrecido su tuberculosis por la obra misionera de la Iglesia.
  • El día 4 al religioso italiano san Francisco de Asís (1182-1226), que le dio a la orden que fundó el nombre de hermanos menores, pues quería que sus integrantes fueran los servidores de todos y buscaran siempre los lugares más humildes, y solía decir: “Soy tan sólo lo que soy ante Dios”.
  • Y el día 15 a la religiosa carmelita española santa Teresa de Ávila -o de Jesús- (1515-1582), de quien vale recordar algunas de sus frases: “La humildad es la verdad”, “La medida verdadera de nuestra proximidad a Dios, es la humildad” y “El humilde se contenta con lo que le toca: si se trata de servir, sirve; si le toca trabajar fuerte, lo hace, y si le dan regalos, con admiración y agradecimiento los recibe, aunque piensa que no le corresponden. Todas sus acciones y pensamientos le parecen insignificantes para tan gran Señor.

Hagamos finalmente nuestra la oración de Santa Teresita del Niño Jesús para alcanzar la humildad: Tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti. Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud que deseo. ¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! Amen. 

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