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Octubre 2: Fe y Misericordia

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Lucas 17:5-10, domingo, octubre 2 de 2022

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Por: Luis Javier Palacio, SJ 

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Los cristianos basaron su teología en la versión griega de las Escrituras judías, llamada Septuaginta, versión hecha hacia el siglo III antes de Cristo por encargo de Ptolomeo Filadelfo gobernante de Egipto, en Alejandría. Buscaba tener una versión de la Toráh en la biblioteca real. Opinaban los rabinos que dicha traducción marcaba el momento más triste del judaísmo por dos razones: la primera porque desfiguraría el judaísmo[1] y la segunda porque exponía públicamente las intimidades entre Yahvéh y su pueblo. Hoy, estamos recuperando muchos de los sentidos originales de la Toráh y uno de ellos es precisamente el de fe. Fue traducida por “pistis” (en griego) mientras que en hebreo es “emunah” de la misma familia semántica que “amén”, que significa fundamentalmente “confianza en el futuro”. En griego el énfasis es en la persuasión, por lo que terminó siendo objeto de la filosofía. En hebreo apunta a permanecer firme. Jesús asegura que por pequeña que sea (como grano de mostaza) puede lograr hechos maravillosos, como la semilla de mostaza en la parábola del reinado de Dios. Quizás sea san Pablo el que más énfasis ponga en la fe como lo que permite superar la idea nacionalista judía de la salvación. Así, relee la historia de Abrahán y lo hace padre en la fe y no en la genética. No es la circuncisión sino la fe lo que distingue al creyente, sin importar su origen. Así, por fe son salvos tanto los judíos como los gentiles: «Así se convertía en padre de todos los creyentes incircuncisos, a fin de que la justicia les fuera igualmente imputada» (Rm 4:11). Las promesas no son solo para Israel sino para toda la humanidad. En el Nuevo Testamento se enfatiza la relación de la fe con la confianza, la seguridad, la obediencia, y el conocimiento místico. En la Edad Media la fe es básicamente el asentimiento a unas verdades, de tal manera que la falta de fe era negar u oponerse a alguna de ellas, siendo declarado hereje. La fe exigía un conocimiento uniforme declarado ordinariamente por los dogmas o por el magisterio eclesiástico. Mientras que la escolástica destaca el elemento racional en la fe, la teología monástica y más tarde la franciscana (Buenaventura) subrayan el elemento psicológico-afectivo.

El evangelio de hoy expresa el poder de la fe con una imagen de la época y del lugar. Sería capaz de trasplantar al mar una morera o un sicomoro. El contraste entre una semilla de mostaza, la más pequeña según otro texto, y el árbol sicómoro (¿higuera?) es bastante exagerado, como a menudo sucede en la literatura oriental. Algunas traducciones hablan simplemente de un árbol o un moral. Ordinariamente la Biblia no es precisa en estos detalles. Pero la fe no es algo cuantificable que se pueda medir en crecimiento o decrecimiento. A no ser que se entienda como fórmulas de fe, caso en el cual sería más grande la fe mientras más “cosas” crea o acepte por ciertas. Algo a lo que puede dar lugar la crítica de Jesús a los discípulos, especialmente en Mateo, donde se utiliza la expresión “poca fe”. Así dice a Pedro cuando se está hundiendo, en la barca cuando temen los discípulos, cuando en la travesía hablan de no tener panes, cuando no logran curar al niño epiléptico. Entonces, la expresión de Jesús es similar a la del evangelio de hoy: «Díceles: Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17:20). Más exagerado que Lucas porque se trata de una montaña y no de un árbol (higuera). Lucas omite el episodio de la maldición de la higuera que resulta bastante problemático como milagro de castigo. Como es sabido, Lucas es el evangelio del perdón y la misericordia. Pero no se cuantifica la fe así, si se entiende como confianza en la fuerza de Dios, que actúa en el hombre y a través del hombre, donde la pregunta no es por la “cantidad” sino sobre la existencia o inexistencia de la fe. Son los apóstoles (que en Lucas son “los doce”) los que piden que se les aumente la fe. Algo que les debía alcanzar, no para arrancar sicomoros, pero sí para atender enfermos mentales y corporales. Lógicamente grandes cosas se logran con la confianza en Dios. Como varias veces se ha dicho el reinado de Dios es una construcción en sinergia, en cooperación, en colaboración entre Dios y el hombre; ambos son indispensables.

El ejemplo o ilustración de quien tiene un siervo arando o pastoreando, no acude a un ejemplo lógico y mental sino real y de acuerdo con las estructuras jurídicas de la época. Hoy nos puede resultar chocante, pero en la época y en las Escrituras, la esclavitud se da por sentada, aunque se pide dar al esclavo un trato digno. La ley hacía del esclavo una cosa, considerada como propiedad de su amo. Bajo estas condiciones, la respuesta a la pregunta de Jesús es inequívoca. Un esclavo no tiene ningún derecho a que su amo le sirva; más bien, el esclavo sólo puede descansar cuando haya terminado, a completa satisfacción de su amo, todos los trabajos que se le asignaron. Tampoco puede esperar ningún agradecimiento por su trabajo. El pueblo judío entendía su liberación de Egipto como pasar de ser esclavos del faraón a ser esclavos de Yahvéh. Pero la enseñanza que venía desde los profetas, sostenía que el judío no podía servir a Yahvéh con mentalidad de esclavo ni a la espera de una recompensa. Es lo que Jesús transfiere a los discípulos. No puede pretender hacer valer ninguna exigencia ante Dios, ni siquiera, aunque se hayan entregado al reinado de Dios y hayan anunciado el evangelio.

En los relatos evangélicos la fe aparece asociada al perdón y a los milagros. Pero la fe no es hacer maravillas para deslumbrar a los demás, sino hacerlas por ayudar, por ser misericordiosos. Es lo que hace Jesús quien actúa siempre como “hombre para los demás”. La verdadera fe, va acompañada de caridad o misericordia como en el himno a la caridad de la primera carta de Pablo a los corintios, aunque no la acompañen hechos portentosos. El auténtico apóstol, nunca siente haber hecho lo suficiente para exigir recompensa o para gloriarse en sí mismo. Todo es gratuidad y don (gracia), hasta el mismo ser y quehacer cristiano.

La afirmación de Jesús sobre la capacidad de la fe para trasplantar moreras, es una máxima sapiencial en forma de proverbio semejante a la paradoja de las figuras del ojo de la aguja y el camello. Buscan una eficacia didáctica como se hace con las fábulas para niños. No hay una respuesta directa a la petición sobre aumentar la fe pues lo importante no es su cantidad (si es que puede medirse) sino su calidad, su grado de autenticidad. De hecho, la traducción es bastante hipotética: “si tuvierais”, “podríais decirle”. Tiene igualmente un dejo de crítica pues la fe de los apóstoles no alcanza el tamaño de un grano de mostaza. Todos los evangelios son más o menos críticos de los apóstoles, sobre todo porque no logran aceptar la pasión. El apóstol Pablo utiliza la comparación del evangelio de hoy, para exaltar la importancia de la caridad (ágape o amor oblativo) en todos los carismas. «Aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy» (1 Co 13:2). El evangelio apócrifo de Tomás utiliza la misma estructura de la frase de la siguiente manera: “Si dos viven en paz (hacen las paces) en una misma casa, podrán decir a una colina: Trasládate’, y se trasladará”. Igualmente registra: “Cuando logréis unificar la dualidad, seréis hijos de hombre; y si decís: Colina, trasládate, se trasladará”. Ambas citas se alejan del tema de la fe y buscan el sentido gnóstico de la unidad. Pero en el cristianismo el criterio último de verdad de la fe es la misericordia. Siempre en bien de los demás.

 

[1] El traductor es un traidor, dice un adagio italiano.

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