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Oraciones en contraste

Apuntes del Evangelio

Lucas 18:9-14, domingo, octubre 23 de 2022

La parábola de la oración del publicano y el fariseo en el Templo, es exclusiva de Lucas. Nuevamente alude Lucas a un tema que le es muy querido como es la oración. La parábola del fariseo y el publicano tiene una estructura muy similar a la del juez inicuo que no hacía justicia a la viuda. La parábola es introducida con su misma razón de ser: «Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola». Termina con unas palabras de Jesús a manera de axioma que expresan los valores del reinado de Dios: «El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado». Ya en su primera gran instrucción sobre la oración, Lucas había exhortado a no desfallecer en la oración. Ahora refuerza el tema con una parábola. En la parábola precedente se enfrentan el juez y la viuda. En la de hoy se enfrentan un fariseo y un publicano. Pero también se confrontan sus palabras, sus actitudes así como el resultado final de sus oraciones respectivas. El fariseo oraba de pie, como es la costumbre judía, mientras el publicano se quedó lejos sin levantar los ojos. Se golpeaba el pecho como hacían los judíos en la fiesta del Yom-kippur o fiesta del perdón nacional, cuando se recitaba la letanía de los pecados. Así como en la parábola del juez inicuo el tema era la justicia, la presente sobre el publicano y el fariseo se dirige a aquellos que están convencidos de que ellos son justos y desprecian a los otros porque no los consideran justos.

La parábola tipifica al publicano y al fariseo de una forma un tanto exagerada para suscitar los sentimientos de simpatía o antipatía con los personajes. Los evangelios buscan tocar los afectos del lector u oyente, más que la razón. La actitud de ambos es diferente; la del fariseo se describe brevemente: se levanta y ora para sí. La actitud del publicano es descrita ampliamente: se queda a distancia, no se atreve a levantar los ojos al cielo y se golpea el pecho.

En estas descripciones se encuentran dos actitudes típicas de la oración en la antigüedad. El estar de pie vale como actitud fundamental en la oración. Comúnmente, quien ora mira hacia el cielo que sería la morada de Dios. Golpearse el pecho sería señal de duelo o de pesar. El contenido de sus oraciones es completamente diferente. Sólo la forma de dirigírsela al Señor, «¡Oh Dios!», es común en ambas. La oración del fariseo consiste en dar gracias a Dios porque es diferente de los considerados pecadores: rapaces, injustos, adúlteros, publicanos. Luego enumera las obras buenas que ha hecho como ayunar, orar y dar limosnas que son las obras de piedad en el judaísmo (y en muchas religiones).

Se dice que los fariseos ayunaban los lunes y los jueves en honor de Moisés quien habría subido al monte Sinaí un jueves y descendido un lunes. El diezmo y las primicias se llevaban al Templo, para compartirlas con la viuda, el huérfano, el extranjero y los levitas, y se basaban en que Dios es el dueño de la tierra y el hombre solamente su administrador. Pero el fariseo exagera el diezmo al extenderlo a cantidades menudas. En contraste, la oración del publicano es bastante corta: su oración sólo contiene la petición de perdón y el reconocimiento de sus pecados. Su formulación es muy similar a la “oración del corazón” de la mística de Oriente (El Peregrino Ruso): ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”. Los creyentes deben insistir sobre todo en implorar la misericordia de Dios más bien que atosigarle con sus peticiones. Deben a su vez tratar a los demás con misericordia. La recomendación básica de Jesús a sus seguidores, en Lucas, es: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6:36)

 La interpretación de Jesús sorprende. Aunque la parábola en sí no tiene el elemento escandaloso de otras, el fariseo que aparentemente debería ser considerado un devoto, no es él, sino el publicano, quien va a casa como justo, transformado a los ojos de Dios. La palabra utilizada es dikeos que es la misma palabra que utiliza Lucas para José cuando piensa repudiar a María en secreto. La aparente contradicción la lleva Jesús a una fórmula concisa pues ante los ojos de Dios, las medidas y juicios humanos no tienen la consistencia que a menudo les damos. Lucas, al principio del evangelio, canta la exaltación de los humildes en el Magníficat: «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes» (Lc 1:52). Es la experiencia que tuvo Israel con Yahvéh, pues de un puñado de esclavos, oprimidos y explotados, hizo un pueblo. En el reinado de Dios mientras que la humildad exalta, la satisfacción y autosuficiencia hunden. El texto no dice expresamente qué pecado pudo haber en el fariseo o en qué consistió la enmienda del publicano. Jesús deja esas intimidades al juicio de Dios o a la fantasía del oyente. Él se limita a declarar que uno bajó a su casa justificado y el otro no. La oración del fariseo es de acción de gracias. Hace un repaso de sus virtudes, que va desgranando con un aire de complacencia, primero negativamente y a continuación en forma positiva. Él no es como los demás hombres: no es un ladrón, no es un injusto, no es un adúltero. Guarda sus ayunos y paga sus diezmos, incluso por encima de lo prescrito. Hasta aquí no habría nada reprochable. Pero llega a alegrarse de no ser siquiera como ese recaudador. El fariseo no es un miserable recaudador ni un pecador depravado; pero en el plano religioso, a los ojos de Dios, no consigue la verdadera rehabilitación (conversión, justificación) porque desprecia al publicano, y sólo piensa en sí mismo. La auténtica rectitud moral no se obtiene por una autocomplacencia en los propios logros o por una vana confianza en las propias posibilidades. Ni el rechazo de lo prohibido ni la observancia de lo mandado —sean las leyes de Moisés o las minuciosas prescripciones de los fariseos— dan derecho a una justificación que siempre ha de recibirse como gracia, que sólo puede provenir de Dios.

Las parábolas apelan a la sensibilidad del lector o del oyente quien fácilmente puede identificarse con el fariseo o con el publicano. El lector u oyente puede cuestionarse sobre la manera correcta de juzgarse a sí mismos, que se manifiesta en su oración. Se trata de su postura frente a Dios. La postura humilde del publicano, que implora misericordia, hace que se vaya a su casa justificado por Dios. Así se da esperanza a quienes se sienten lejos de Dios pues para ellos hay un camino de regreso al Padre; así aparece también en el caso del rico Zaqueo. Su camino a Dios pasa, no por sus riquezas sino por su desapego a ellas. Desapego que no se consigue con las propias fuerzas sino abriéndose a la gracia divina. Justo, verdaderamente justo, a los ojos de Dios no es el que cumple las observancias, sino el que, fiándose de la misericordia divina, reconoce su propia limitación y confiesa sinceramente su pecado. Es una doctrina similar a la del apóstol Pablo sobre la justificación, aunque en éste encuentra mayor elaboración teológica.

La exhortación final «el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» rebasa las fronteras de los destinatarios directos de la parábola. La abre a otras generaciones de oyentes y lectores. El mensaje deja traslucir que el seguidor de Cristo debe identificarse con el recaudador más bien que con el fariseo. En un estudio psicológico de las Escrituras, sin embargo, se suele afirmar que publicano y fariseo son, más que individuos, características internas de todo creyente. Podemos tener de ambos. Algo similar se dice de Marta y María. En el fondo el fariseo representa una forma de creyente bastante común que trata de cumplir con sus obligaciones y guarda con cierto juicio los mandamientos. También puede oscilar entre sentirse publicano y pecador o sentirse fariseo; entre la oración de gratitud o la de petición de perdón.

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