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«Quién come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna»

El mensaje del domingo

XX Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Agosto 18 de 2024

Lecturas: Proverbios 9, 1-6; Efesios 5, 15-20; Juan 6, 51-58

 

Enseñando en la sinagoga, dijo Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente. Y el pan que yo voy a dar es mi carne, para la vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí diciendo: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?” Jesús les respondió: “Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. Quién come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo permanezco en él. A mí me envió el Padre que da vida, y yo vivo por el Padre; de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, que no es como el que comieron sus padres y murieron. Quien coma de este pan vivirá eternamente”. (Juan 6, 51-58).

En su Discurso del Pan de Vida, del cual este pasaje del Evangelio es continuación, Jesús se refiere al sacramento de la Eucaristía repitiendo varias veces que Él es el alimento que da la vida eterna. Teniendo en cuenta también las otras lecturas, reflexionemos sobre lo que significa para nosotros este sacramento.

 

1. La Eucaristía es acción de gracias

En la segunda lectura (Efesios 5, 15-20) el apóstol san Pablo les recomienda a los cristianos de Éfeso que vivan “dando gracias sin cesar a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. El término griego que emplea (εὐχαριστοῦντες) y que se traduce como “dando gracias” corresponde al sustantivo eucaristía, (εὐχαριστία) que significa acción de gracias o agradecimiento.

Son varias las expresiones de agradecimiento a Dios en la celebración eucarística. En el himno “Gloria a Dios en el cielo” decimos “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias”. En el ofertorio, al presentarle el pan y el vino, le manifestamos nuestra gratitud diciendo “bendito seas por siempre Señor”. En el prefacio -que es la oración introductoria a la plegaria eucarística que contiene la consagración del pan y del vino por la que estos se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo-, el sacerdote que preside la celebración dice “demos gracias al Señor nuestro Dios”, y después de la respuesta “es justo y necesario”, exclama dirigiéndose a Dios Padre: “En verdad es justo y necesario (…) darte gracias siempre y en todo lugar”.

Luego, en la fórmula de la consagración, el celebrante dice que Jesús, tomando en sus manos el pan y la copa de vino, se dirigió a Dios Padre “dando gracias”. Después se hace explícita nuevamente la acción de gracias: “te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia” (Plegaria Eucarística II); “te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (Plegaria Eucarística III). Y finalmente, en el Padrenuestro, después del brindis en el que proclamamos el honor y la gloria que debemos reconocerle y darle siempre a Dios “por Cristo, con Él y en Él en la unidad del Espíritu Santo”, la frase santificado sea tu nombre es expresión de reconocimiento agradecido a Dios nuestro Creador.

 

2. En la Eucaristía escuchamos y saboreamos la Palabra de Dios

En la primera lectura (Proverbios 9, 1-6), la Sabiduría personificada -que es una prefiguración de Cristo- invita a quienes quieran salir de la ignorancia a que coman el pan y beban el vino que ha preparado para quienes quieran tener vida (“y vivirán”), siguiendo “el camino de la inteligencia”. Este camino es precisamente el que nos señala la Palabra de Dios, orientando nuestro entendimiento para que podamos vivir de acuerdo con su voluntad y así llegar a ser plenamente felices.

Es el propio Jesús quien nos habla en las lecturas bíblicas que reconocemos como Palabra de Dios dirigida a nosotros, y en la Eucaristía se nos invita a saborearla de tal manera que podamos asimilarla hasta identificarnos con ella. Los verbos saber y saborear tienen la misma raíz lingüística y, en este sentido, el hecho de “comulgar” significa que la Palabra de Dios hecha carne que es nuestro Señor Jesucristo no sólo llega a nuestros oídos, sino también a lo más profundo de nuestro ser, alimentándonos espiritualmente y orientando nuestra vida desde dentro de nosotros mismos.

 

3. En la Eucaristía recibimos la vida gloriosa de Cristo, prenda de nuestra resurrección

Jesús insiste en que Él es el pan venido del cielo (o sea el alimento dado por Dios), y que como tal supera al maná con el que Dios alimentó a los israelitas en su camino por el desierto. Es en este sentido en el que dice que quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. A quien recibimos en la comunión es a Jesucristo resucitado, y por eso cuando dice “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”, no se refiere a una realidad de orden material -como la imaginaban quienes decían “¿cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”-, sino de orden espiritual, como lo es la vida nueva y |gloriosa del Señor, y como lo será la realidad de todo ser humano que después de esta existencia terrena resucite a una vida nueva y eternamente feliz como la suya. Por eso mismo más adelante Jesús dirá: “las palabras que les he dicho son espíritu y vida” (Juan 6, 63).

 

Démosle gracias a Dios Padre por el don de su Hijo Jesús, que entregó su vida en la cruz para hacernos partícipes de ella al dársenos como alimento de vida eterna, y pidámosle que nos disponga a participar constantemente en la Eucaristía con una actitud de reconocimiento agradecido, de escucha atenta para recibir, saborear y asimilar su Palabra, y de apertura a la acción de su Espíritu para dejarnos llenar de la vida gloriosa de Cristo, recibiéndolo en la comunión y obrando en coherencia con sus enseñanzas.

 

Preguntas para la reflexión
  1. ¿Cuáles son los motivos que tengo para expresar en la Eucaristía mi acción de gracias a Dios?
  2. ¿Cómo siento que debo recibir la Palabra de Dios que se me da a conocer en la Eucaristía?
  3. ¿Qué siento que significa para mí recibir en la comunión la vida nueva de Cristo resucitado?
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