«Quien no tenga pecado, tire la primera piedra»

El mensaje del domingo

V Domingo de Cuaresma – Ciclo C

En aquel tiempo Jesús se dirigió al Monte de los Olivos. Y por la mañana temprano fue otra vez al templo, y todo el pueblo se reunió junto a Él. Él se sentó y se puso a enseñarles. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer a la que habían sorprendido cometiendo adulterio, la colocaron en medio y le dijeron a Jesús: “Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el momento mismo de cometer adulterio. En la Ley nos mandó Moisés que a las adúlteras hay que matarlas a piedra. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para ponerle dificultades y tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir con el dedo en el suelo. Como ellos siguieron insistiendo con la pregunta, Él se levantó y les dijo: “¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!”. Y se volvió a inclinar y siguió escribiendo en el suelo. Ellos, al oír esto, se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos; y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Entonces se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?” Ella contestó: “Nadie, Señor”. Jesús le dijo: “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Juan 8,1-11).

Jesús solía ir con sus discípulos al Monte de los Olivos, donde descansaba y oraba para recibir la energía espiritual que le hacía posible afrontar la oposición cada vez más intensa, por una parte, de los saduceos funcionarios del Templo, y por otra, de los doctores de la ley, en su mayoría de la secta de los fariseos, cumplidores fanáticos de unas prescripciones que hacían derivar de Moisés, pero que correspondían a una mentalidad muy alejada del Dios misericordioso que se le había revelado al mismo Moisés doce siglos atrás. Y después bajaba con sus discípulos a Jerusalén para enseñar. Mucha gente acudía a oírlo, hasta el punto de decir el evangelista que “todo el pueblo se reunió junto a Él”. Y lo que les enseñaba era justamente que Dios es un Padre compasivo, siempre dispuesto a perdonar a quien se acoja sinceramente a su misericordia.

1. “Moisés nos mandó que a las mujeres adúlteras hay que matarlas a piedra. ¿Tú qué dices?”

Además de corresponder este planteamiento a una posición machista según la cual es criminalizada la infidelidad conyugal de las mujeres y no la de los hombres, esta pregunta llevaba una intención malévola. Si Jesús respondía que no estaba de acuerdo con matar a piedra a aquella mujer, se pronunciaría contra lo que supuestamente mandaba la “Ley de Moisés”; y si decía que estaba de acuerdo, se manifestaría en contra del gobierno imperial de Roma, que se reservaba el poder de condenar a muerte.

La respuesta de Jesús implica un rechazo frontal a la pena de muerte y contrasta con la actitud de quienes tergiversaban la Ley de Dios con unas prescripciones contrarias a lo que habían dicho los profetas: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequiel 33, 11). ¿Sería esto lo que Jesús escribía en el suelo antes de contestarles? El Evangelio no lo dice, pero bien podríamos suponerlo.

2. “¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!”

¡Cuántas veces se condena a las personas a la destrucción de sus posibilidades de redención! Nadie tiene derecho a destruir la vida de otros sobre la base de haber éstos cometido determinados delitos, por graves que sean. Quienes los hayan cometido, en la medida en que han afectado a otras personas, deben reconocer y reparar en lo posible los daños que ha causado su comportamiento; pero su derecho a la vida sigue vigente, a pesar de las posiciones propias de aquella supuesta justicia basada en el imperio de la venganza que, al destruir la vida humana, en lugar de resolver los problemas, los agrava más. Por eso, todo creyente en Jesucristo debería rechazar de plano cualquier legislación que imponga la pena de muerte.

Hay un detalle significativo en el relato del Evangelio: “se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos”. Esto parece querer decirnos que, cuantos más años se vive, más se debe vencer la tendencia a juzgar y condenar a los demás, reconociendo cada cual su propia condición de pecador y disponiéndose a reformar su propia vida en lugar de querer acabar con la de los demás.

3. “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más”

Se suele confundir a la adúltera de este relato del Evangelio de Juan con otra mujer cuyo nombre tampoco se menciona, que en los demás Evangelios unge los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos, antes de su llegada a Jerusalén (Marcos 14, 3-8, Mateo 26, 6-13, Lucas 7, 36-50), y quien en el de Lucas es caracterizada como una “mujer de mala vida” arrepentida. A ambas se las suele también identificar con María Magdalena, otra mujer distinta de las anteriores, que acompañó a Jesús y sus discípulos en Galilea, que había sido curada por Jesús (Lucas 8, 2), y luego estaría presente en su crucifixión y sería testigo de su resurrección.

Pero más allá de estas distinciones, el mensaje central es el mismo: el Dios que se nos ha revelado personalmente en Jesús de Nazaret no es un juez condenador, sino un Padre siempre dispuesto a perdonar y a ofrecerle un porvenir nuevo a quien reconoce su necesidad de salvación. La voluntad divina es de misericordia y no de condenación. Jesús termina diciéndole a aquella mujer “y de ahora en adelante no peques más”, lo cual quiere decir que la misericordia de Dios no es cómplice del pecado. Él “no quiere la muerte del pecador”, pero sí “que se convierta y viva”. Además, al mostrarnos su misericordia nos invita a mirar el futuro con esperanza: “No se queden recordando lo antiguo… ya que voy a hacer algo nuevo”, dice el Señor en la primera lectura: (Isaías 43, 16-21). Y san Pablo dice en la segunda (Filipenses 3, 8-14): “quedaré a paz y salvo con Dios no por mis propios méritos y basado en la ley, sino que Dios mismo será quien, en virtud de la fe, me ponga a paz y salvo consigo …, olvidando lo pasado y lanzado hacia delante”.

Aprovechemos pues este tiempo de Cuaresma que ya está para terminar, disponiéndonos a perdonar como Jesús nos mostró con su ejemplo que Dios perdona; y en lugar de juzgar y condenar a los demás, empecemos por reconocer nuestra propia condición de necesitados de la misericordia divina. Así sea.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Qué mociones espirituales suscitan en mí la actitud y las palabras de Jesús en este relato del Evangelio?
2. ¿Cómo siento que me interpela este relato con respecto a mis relaciones humanas?
3. ¿Cuál considero que debe ser mi modo de proceder a imagen y semejanza de Jesús?

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