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Septiembre 12: ¿Quién es Jesús?

Marcos 8:27-35, domingo, septiembre 12 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Quizás no haya personaje de la historia de occidente sobre el cual se haya escrito más que sobre Jesús. La mayoría de los escritos buscan de una u otra manera responder a la pregunta sobre quién es Jesús[1]. Desde los primeros años del cristianismo, como lo registran los mismos evangelios, las respuestas han sido variadas. Quizás la clasificación más simple de tales escritos es entre los que defienden la divinidad de Jesús y los que defienden su humanidad. El Concilio de Calcedonia busca solucionar el dilema definiendo a Jesús como Dios y hombre: “Dios verdadero” y “hombre verdadero”. Los debates posteriores han sido sobre el sentido de de estas afirmaciones. Respondiendo sobre Jesús se responde igualmente sobre el hombre. La teología (tratado racional o lógico sobre Dios) es a la vez una antropología (tratado racional o lógico sobre el hombre). La formulación de Leonardo Boeff es una buena síntesis de ambos aspectos cuando expresa que tan humano como Jesús no lo puede ser sino Dios. Jesús sería el culmen de lo que el hombre puede ser y debe esforzarse por serlo. La Carta a los hebreos nos dice que Jesús, por la encarnación, se somete a la condición humana excepto en el pecado: “Probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4:15). Si el pecado es flaquear ante los propios intereses, Jesús sería el “hombre para los demás”. Pero no solamente asumió la condición humana en términos generales, sino que dada la diversidad de seres humanos, se abajó (kénosis) o para tomar la condición de siervo. Es lo que dice el himno cristológico de la carta a los filipenses (Fil 2:7).
La confesión de Pedro, luego de que los discípulos repitan las apreciaciones populares de Jesús, es seguida de la corrección sobre el sufrimiento del Mesías que en Marcos termina en reprimenda (apártate de mi, Satanás). Aparece suavizada en Lucas y en Mateo. En este, seguida de la función de dicha confesión de fe en la construcción de la iglesia[2]. La confesión de Pedro es similar a las afirmaciones griegas del dios-hombre (theos-aner), un hombre con origen y poder divino. Marcos, por el contrario, enfatiza un hombre que sufre la pasión. 
Como varias veces se ha dicho, un género abundante en los evangelios es el midrash judío. Una forma de narrar en la cual las preguntas modernas sobre “el Cristo de la fe” y el “Jesús histórico” parecen falsas dicotomías. En donde es más importante cómo se narra que lo que realmente pueda haber sucedido, que desconoce la pregunta moderna sobre la verdad histórica. No tenemos, para acercarnos a Jesús, sino unos escritos que ya son confesiones de fe. La historia y la fe se retroalimentan o se armonizan de manera “poética” (creativa). La Biblia no produce una definición ni una biografía de Jesús, sino un compromiso del lector para buscar, hallar y vivir su propia identidad. De ahí que podemos tener tantas definiciones de Jesús cuantas experiencias tengan las personas de su encuentro con él.
Una de las maneras de expresar el sentido de Jesús es mediante los títulos que se le dan. En el Nuevo Testamento hay cerca de 100 nombres dados a Cristo y muchos otros más se le han dado a lo largo de la historia. Marcos enfatiza el título de “hijo amado” en el bautismo y en la transfiguración; “hijo de Dios” es dado por el demonio en la sinagoga y por el centurión al pie de la cruz. Quizás de fondo en todo Marcos subyace la imagen del “siervo sufriente” de Isaías, así como la de “hijo de David”, título con el que acuden los enfermos que buscan misericordia. “Hijo del hombre” en Marcos no parece ir más allá de “hijo de Adán”.
En Marcos, el título de mesías no despierta en Jesús mayor entusiasmo puesto que no solamente corrige a Pedro, sino que pide mantener silencio sobre él. Pablo, consciente del sabor judío del título, prefiere usar el de Kyrios (Señor) en sus cartas. En la idea judía de mesías no se incluía pasión y sufrimiento, excepto por el extraño texto de Isaías (siervo sufriente). Quizás Yahvéh no salvaría por el poder o el dominio sino por el sufrimiento (de un individuo, de los pobres de Yahvéh –Anawim- o de todo el pueblo). Pedro asociaba Mesías más al poder que al sufrimiento. Ante Pilato, acepta Jesús el título de Mesías, cuando ya resultaba irrisorio: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Y dijo Jesús: Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14:61-62). Ante el Sanedrín sería Jesús blasfemo por hacerse “hijo de Dios” cuando Yahvéh era padre de todo el pueblo y de ninguno en particular. Marcos busca mostrar las inconsistencias del juicio a Jesús como muestra a Pedro las inconsistencias del título de Mesías que la ha dado. Aunque en Marcos no sufre Jesús por sufrir (sería masoquismo), sí muestra que su seguimiento entraña sufrimiento. Este es más difícil de descifrar que cualquier título que al fin y al cabo termine teñido de poder.
El lenguaje del Nuevo Testamento respecto al mal es bastante acrítico y toma de imágenes populares dentro del judaísmo. Es personificado tres veces. Llamado el malo o el enemigo treinta y seis veces, y otros nombres como el malo por excelencia, el tentador, el príncipe de este mundo, el dios de este mundo, Belcebú (dios persa) o príncipe de los demonios. Tienta a Jesús, a Pedro y a los discípulos. Es mentiroso y asesino. Aunque impide que se reciba a Cristo, finalmente este vence a los demonios con una simple orden que más parece una expresión de la inanidad de los demonios que del poder de Jesús. La llegada del reinado de Dios es su derrota. Muchos teólogos han hecho de ciertas tendencias humanas la imagen (definición) del demonio. San Gregorio de Niza lo llama “orgullo”; san Agustín “el que infiere en nuestra vida interior”; Hugo de San Víctor “deseo de ser Dios”; santo Tomás de Aquino lo ubica en el intelecto y la voluntad (vencidas por la gracia), y más recientemente muchas otras formas del arte y la literatura relacionan al demonio con las desgracias humanas personales y colectivas. Pero hoy la demonología es tema de iglesias de garaje, movimientos políticos, novelas y películas de ficción. La teología se centra más en las complejidades internas y externas de la existencia humana y la posible respuesta evangélica a ellas.
Cuando Jesús aclara a Pedro que el Mesías debe sufrir, según las Escrituras, alude al triunfo final de la resurrección: muestra de que los relatos parten de la experiencia pascual. Alude a “resucitar a los tres días” de manera similar a como aluden Mateo, Lucas y Pablo. Les transmití que “fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1 Co 15:4). Una fórmula que no es calendario sino fórmula salvífica del profeta Oseas: “Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos” (Os 6:2). Se refería el profeta a las experiencias de Judá e Israel que debían convertirse para rehacer sus vidas. Tal conversión es la que lleva a Pablo a extender la resurrección a toda la humanidad y a toda la creación. La pregunta sobre el sentido de Jesús en la vida pasa por el sufrimiento en Marcos pero termina en la resurrección. De otra forma el sufrimiento carecería de sentido, tanto para Jesús como para nosotros. La imagen del mesías como un triunfador externo que no nos compromete, no corresponde con el seguimiento de Jesús en Marcos. Seguirlo es seguirlo en la pasión, en el camino a su muerte en Jerusalén.
 
[1] Los jóvenes, por ejemplo, tienen sus propias definiciones sobre Jesús, con un lenguaje lejano al de los Concilios, pero más existencial, menos intelectual teológico o filosófico.
[2] Mateo es el único que utiliza la palabra iglesia en los evangelios y lo hace dos veces: en la confesión de Pedro y en la corrección fraterna.

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