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Septiembre 4: “El que no cargue con su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío”

Comunitas Matutina 4 de septiembre 2022
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario ciclo C Por: Antonio José Sarmiento Nova, SJ Lecturas:

Sabiduría 9: 13 – 18
Salmo 89: 3 – 6 y 12 – 17
Filemón (capítulo único) 9 – 10 y 12 – 17
Lucas 14: 25 – 33

Una interpretación distorsionada del cristianismo nos lo presenta con extremada rigidez, exaltando el sufrimiento por sí mismo y haciendo apología desmedida del mismo como camino de crecimiento en la fe, esto se acompaña con el rechazo voluntarista de todo lo que sea disfrute y placer, proponiendo como modelo de excelencia cristiana a aquellos que viven en permanente trance de dolor y de cruz, espiritualidad que se fija en ideales de negación del yo , desarrollándose así un ascetismo fundamentalista, sin la perspectiva del gratificante alto en el camino para disfrutar después de la intensidad de la faena apostólica y existencial. Muchas de las devociones de nuestro mundo católico tienen este matiz con su correspondiente cuota de permanentes penitencias.[1]
Esta aclaración es fundamental para situar en su contexto de origen la dimensión de la cruz en la vida de Jesús y en el camino de quienes decidimos seguirle, también para responder desde la originalidad evangélica a quienes someten a riguroso juicio un estilo de cristianismo desmesuradamente crucificado. Seguir a Jesús en la construcción del reino de Dios y su justicia demanda generosidad, abnegación, capacidad para renunciar a comodidades e intereses personales, pero no riñe con la alegría de vivir, como ámbito estimulante de fe pascual [2] y de feliz respaldo para el sentido de la vida. Sobre el particular atendamos esto que nos dice el papa Francisco: « La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Así puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De ese modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: “Lloren con los que lloran” ».[3] En el ámbito cristiano el sufrimiento no se busca por sí mismo ni se convierte en una experiencia masoquista, surge cuando, en ejercicio de coherencia evangélica, vienen las contradicciones y los desafíos propios de la abnegación y de renuncia a la comodidad, incluyendo la entrega total de la propia vida.
El planteamiento inicial es bastante fuerte: “Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo”.[4] ¿Qué quiere Jesús decir con esto si partimos del profundo afecto cristiano por la vida familiar, considerándola el ámbito original de la madurez humana y creyente? Al escucharlo desprevenidamente podemos quedar confundidos por la aparente contradicción. Pero las cosas no son así.
El significado del texto de este domingo es el de ratificar las condiciones del seguimiento, la liberación del yo y de los apegos, haciéndonos conscientes de la pérdida de libertad que implican los afectos desordenados, para orientar la estructuración del sujeto en total disponibilidad hacia el reino de Dios y su justicia, es la total libertad para el amor. No hay aquí una invitación a vivir en enfermizo autocastigo, haciendo de este una pretendida virtud.[5] Lo de Jesús es una felicidad abnegada, servicial, hasta la máxima expresión de la misma: dar la vida por todos los seres humanos, para que tengan vida en abundancia.[6]
Seguimos con Jesús en camino hacia Jerusalén, el lugar de las decisiones definitivas. Sabemos que esta ruta lo lleva a enfrentarse con el resultado final de sus opciones, acerca de las dificultades que entraña el seguir su mismo camino de modelación con el Padre Dios y con el prójimo, dando a entender la hondura de las determinaciones que deben tomarse, de los sacrificios que se deben asumir, de la ofrenda total de la vida, que es lo que finalmente está en juego, sin que esto signifique deshumanización o fractura de la integración personal.[7]
La invitación es para todos los que quieran tomar en serio las exigencias del ser cristiano, sin privilegiar a unos que eventualmente serían más santos sobre otros más imperfectos, tal como estamos habituados a distinguir entre la pretendida perfección y superioridad espiritual de sacerdotes y religiosos y la imperfección de los laicos.[8] Las exigencias son en la línea de una perspectiva unificante para todos, sin jerarquías de santidad; todo el pueblo de Dios está llamado a la santidad, todo el pueblo de Dios es mediador de salvación, hay diversidad de dones, pero una igualdad fundamental por el bautismo y por la fe: este es el proyecto del Padre.[9] Lo contrario es incompatible con la experiencia que Jesús nos comunica.
A partir del don primero del Espíritu, este se desborda en especialidades que no son para brillo personal sino para servicio de toda la comunidad. Es en ese pueblo santo donde se destaca el carisma de vivir todos según la Buena Noticia de Jesús, realidad en la que la donación de la propia vida es señal determinante de la autenticidad de este camino.[10] Llevar la cruz, abnegarse, romper con ataduras, deshacerse de impedimentos, es indicativo alto de seriedad cristiana.
El espíritu verdadero que anima esta invitación es el de una total disponibilidad para dedicarse por entero al reino de Dios y a su justicia, deponiendo todo interés egoísta, para hacernos personas plenas de amor, dispuestos todos a los máximos en materia de solidaridad y de servicio, relatando con la propia vida en qué consiste amar a Dios y al prójimo –como Jesús– sin escatimar nada a este amor siempre mayor. Con esto exorcizamos la tentación del perfeccionismo neurótico y del ascetismo que violenta las naturales inclinaciones a la felicidad y al gozo de vivir.
La experiencia de la sabiduría según el Espíritu es la que nos permite desprendernos de ese ascetismo fanático y de cierta arrogancia religioso-moral que presume de superioridad: “¿Quien puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le envías tu espíritu santo desde el cielo? Así se enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría”.[11]
El sujeto maduro espiritualmente es el que capta lo esencial de Dios y lo apropia para su vida haciéndose más humano y feliz en la disposición de todo su ser para esta causa que capta la totalidad de su ser y de su quehacer. El Señor nos invita a tener una relación libre y liberadora con nuestras familias, con el variado universo de nuestros afectos, salvaguardando el gradual proceso de autonomía y de resignificación de los mismos, con el correspondiente respeto por las opciones de vida que cada uno toma.
Con el imperativo: “El que no cargue con su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” ,[12] hace referencia a ese aspecto degradante como era en tiempos de Jesús el obligar a los reos a cargar físicamente con su patíbulo, como una de las manifestaciones de la alta severidad de la condena. Pero resignifica la dimensión trágica de tal imposición para proponerla como el camino de quien se juega toda la existencia por la pasión tan conocida y reiterada del reino de Dios y su justicia.
Se trata de mirar todos los obstáculos que impiden ese seguimiento: nuestro ego, las riquezas, el prestigio social, el deseo de reconocimiento, las mentalidades individualistas y competitivas, el poder, todo el amplio universo de los egoísmos, realidades que deben ser trocados por el amor desmedido al prójimo, por el tenor de vida austero y solidario, por el bajo perfil, por la disposición para compartir, por la preferencia bien conocida y reiterada de preferir a los pobres y sufrientes, y de ofrecer todo el ser en aras de su liberación.[13]
En cuanto a los bienes materiales hay que recordar que quienes acogen la oferta de Jesús lo hacen sabiendo que se adopta un estilo de vida austero, que se practica la pobreza como señal de la dedicación al Reino y de solidaridad con los marginados, y también como profecía que anuncia a Dios como principio y fundamento y denuncia la sociedad de consumo individualista y desentendida de la justicia debida a los prójimos necesitados.[14]
Tomar la cruz es, entonces, un componente esencial del camino de Jesús, es la entrega al Dios siempre mayor que se manifiesta en los clamores del prójimo, en la vida que se dedica a la reivindicación de la dignidad de todos los humanos, en extirpar la religiosidad cómoda para vivir juiciosamente en el espíritu de las bienaventuranzas, es también decir con la propia vida que ser portadores de sentido para la humanidad es una decisión que llena con creces las aspiraciones e ideales de quienes toman su vida en serio, la vida que se inscribe en la del Dios manifestado en el Señor Jesús.
 
[1] TANQUEREY A.  Compendio de teología ascética y mística. Desclée y Cia. Madrid, 1930. SCUPOLI, Lorenzo. Combate espiritual. San Pablo. Madrid, 1996. ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la perfección cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos BAC. Madrid, 1962. GARCÍA RUEDA, Sara. Cristianismo auténtico y cristianismo adulterado: la crítica de Nietzsche. Trabajo de grado para optar al título de Master Universitario en Ciencias de las Religiones. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, 2019. NIETZSCHE, Federico. El Anticristo. Alianza Editorial. Madrid, 1997. VALADIER, Paul. Nietzsche y la crítica del cristianismo. Cristiandad. Madrid, 1982. MARLIANGEAS, Bernard D. Culpabilidad, pecado, perdón. Sal Terrae. Santander, 1997.
[2] En este sentido son muy significativos los textos magisteriales del Papa Francisco, entre los que queremos llamar la atención sobre dos: Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “La alegría del Evangelio” (noviembre 2013), y Gaudete et Exsultate “Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (marzo 2018). En ambos textos el Papa alude al modo  evangélico de vida , inspirado en las bienaventuranzas, el proyecto de felicidad del mismo Señor Jesús. Se respira allí un ambiente de gozosa abnegación. MOLTMANN, Jürgen. Sobre la libertad, la alegría y el juego. Sígueme. Salamanca, 1985. COX, Harvey. Las fiestas de locos: ensayo teológico sobre el talante festivo y la fantasía. Taurus. Madrid, 1983.
[3] Romanos 12:15 PAPA FRANCISCO. Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre El Llamado a la Santidad en el Mundo Actual. Librería Editrice Vaticana. Roma, 2018; número 76.
[4] Lucas 14: 26
[5] GARRIDO, Javier. Proceso humano y gracia de Dios. Sal Terrae. Santander (España), 2004. GUIJARRO, Santiago. Fidelidades en conflicto: La ruptura con la familia por causa del discipulado y de la misión en la tradición sinóptica. Universidad Pontificia de Salamanca, 1998. MOXNES, Halvor. Poner a Jesús en su lugar: una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios. Verbo Divino. Estella, 2005. HENGEL, Martin. Seguimiento y carisma: la radicalidad de la llamada de Jesús. Sal Terrae. Santander, 1981. GARCÍA LOMAS, Juan Manuel & GARCÍA MURGAS, José Ramón (Editores). El seguimiento de Cristo. PPC. Madrid, 1997.
[6] CASTILLO, José María. Dios y nuestra felicidad. Desclée de Brower. Bilbao, 2002. LISÓN BUENDÍA. Juan Francisco. De la felicidad mínima a la plena felicidad. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/71038933.pdf  RODRÍGUEZ DUPLÁ, Leonardo. Etica de la vida buena. Desclée de Brower. Bilbao, 2006. ROMO, Waldo. Permite ser feliz la moral cristiana?. En revista Teología y Vida 47 número 2-3 2006. Pontificia Universidad Católica de Chile, 2006. LARRAÑETA, R. Una moral de felicidad. San Esteban. Salamanca, 1979. LAMBERT, B. Las Bienaventuranzas y la cultura hoy. Sígueme. Salamanca, 1987. CABODEVILLA, José María. Las formas de felicidad son ocho. Biblioteca de Autores Cristianos BAC. Madrid, 1984.
[7] GARRIDO, Javier. Adulto y cristiano: crisis de realismo y madurez cristiana. Sal Terrae. Santander, 2006. O´CALLAGHAN, Paul. Cristo revela el hombre al propio hombre. En https://www.core.ac.uk/download/pdf/83563189.pdf MARTÍNEZ DÍAZ, Felicísimo. Creer en el ser humano: vivir humanamente. Verbo Divino. Estella, 2012.
[8] Algunos autores serios dedicados a estudiar las causas de los escándalos de pederastia/pedofilia  protagonizados por sacerdotes católicos, encubiertos por algunos obispos y superiores, sostienen que una de las causas de este penoso fenómeno es la exaltación del clero, su deificación y sobrenaturalización. El laico, sometido a esta cultura, hace del clérigo un intocable, y este último lo cree y adopta un permanente estilo de autoridad y dominio sobre personas y conciencias.
[9] CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Librería Editrice Vaticana. Roma, 1966. Este documento magistral consagra la categoría  PUEBLO DE DIOS como central en la comprensión y vivencia del ser eclesial, enseña que todos los bautizados somos iguales en dignidad, unos carismas y estilos de vida no son más perfectos que otros.
[10] SCANNONE, Juan Carlos. Teología del pueblo: raíces teológicas del Papa Francisco. Sal Terrae. Santander (España), 2017. COMBLIN, José. O Povo de Deus. Paulus. Sao Paulo, 2002. El número 376 de la Revista Internacional de Teología CONCILIUM tiene como título general SABIDURÍAS Y TEOLOGÍA DEL PUEBLO, los diversos artículos abordan este asunto central de la vida eclesial, que ahora cobra la mayor relevancia con la invitación que hace el Papa Francisco a la SINODALIDAD. LOIDI, Patxi. Creer como adultos. Verbo Divino. Estella, 2005. SEGUNDO, Juan Luis. Teología abierta para el laico adulto (3 volúmenes). Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1978.
[11] Sabiduría 9: 17-18
[12] Lucas 14: 27
[13] SOBRINO, Jon. El seguimiento de Jesús pobre y humilde: cómo bajar de la cruz a los pueblos crucificados. En GARCÏA-LOMAS, Juan Manuel (Editor). Ejercicios Espirituales y mundo de hoy/Congreso Internacional de Ejercicios. Mensajero-Sal Terrae. Bilbao, 1992; páginas 77-94. GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio. Vicarios de Cristo: los pobres en la teología y espiritualidad cristianas. Trotta. Madrid, 1991. RICHARD, Pablo. La fuerza espiritual de la Iglesia de los pobres. Departamento Ecuménico de Investigaciones DEI. San José de Costa Rica, 1988.
[14] ARGANDOÑA, Antonio. Frugalidad. En https://www.media.iese.edu/research/pdfs/DI-0873.pdf THEOBALD, Cristoph. El estilo de la vida cristiana. Sígueme. Salamanca, 2016. RADCLIFFE, Timothy. Ser cristianos en el siglo XXI: una espiritualidad para nuestro tiempo. Sal Terrae. Santander, 2016.

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