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Septiembre 5: Los enmudecidos

Marcos 7:31-37, domingo, septiembre 5 de 2021 Por: Luis Javier Palacio, SJ  Solo en épocas muy recientes, con el lenguaje de signos, hemos logrado que el mudo pueda expresarse. Esto en cuanto a la mudez biológica, porque en otros campos la mudez sigue teniendo un alto valor simbólico. Muchos han sido enmudecidos o callados o no escuchados (equivalente a no tener voz) en una sociedad que predica la igualdad teórica de todos. En la primitiva medicina de Israel quizás no se conocía la relación biológica que hay entre la mudez y la sordera. Hay teorías que las unen bajo el supuesto de que el habla es una imitación de lo que se escucha. La sordera era más lamentable para el judío por cuanto el mandato religioso principal del judaísmo era el ¡shemá, Israel! (¡escucha, Israel) y se privilegiaba la palabra escuchada en la sinagoga; bien fuera las palabras mismas de las Escrituras o las aclaraciones o explicaciones de los rabinos o maestros. Indudablemente, la sordera también tiene un alto contenido simbólico y Jesús se queja de la sordera de los apóstoles.
En el antiguo ritual del bautismo se echaba mano del sentido simbólico de la sordera, incluyendo en el rito un remedo del relato de hoy: “Luego el Sacerdote, con el pulgar de la derecha e imitando a Jesús, que con esta ceremonia curó al sordomudo, toma un poco de saliva para tocar las orejas y la nariz del infante. Dice ¡Éfeta! (tocando la oreja derecha), que significa: Abríos (tocando la izquierda). En olor (al lado derecho) de suavidad (al lado izquierdo). Y tú, diablo, huye, porque se acerca el juicio de Dios.”
Este rito fue uno de los que escandalizaron y causaron la controversia de los ritos chinos cuando los misioneros jesuitas lo eliminaron por inaceptable para tal cultura que veía indecoroso que la saliva ajena pudiera tocar el propio cuerpo. Lo cambiaron por otro rito que fue considerado por los jansenistas franceses como desfiguración herética del bautismo. El sacramento, por obra del Concilio de Trento, se confundió su rito. Hasta hoy ha sido difícil de separar ambas cosas. El rito partía de la idea de posesión natural y demoníaca de todos los sentidos que habría que exorcizar. El ritual antiguo tenía ocho exorcismos para un niño que se bautizaba, sin importar su edad. Aunque el lenguaje figurado (ser sordomudos respecto a las palabras del evangelio) tiene sentido, tomar el rito por la realidad resultó problemático, como ha sucedido con otros sacramentos. Por ejemplo la conversión se volvió la absolución y la Eucaristía se centró en la comunión. El sentido de compartir y comer juntos se desdibujó y el “tomad y comed” en buena parte se convirtió en “mirad y adorad” (se asiste a la Eucaristía sin comulgar).
La similitud entre el relato de hoy y la curación del hombre ciego, en la que también se usa saliva, es bastante grande. El orden de los acontecimientos es similar al igual que el vocabulario utilizado. Para algunos comentaristas Marcos los habría conocido en orden inverso y la expresión final sería el resumen, enseñanza o moraleja de los dos: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Es decir que el relato de curación sería una explicación más viva de las palabras del profeta Isaías para expresar la esperanza mesiánica: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35:5-6). Este texto de Isaías es llamado por algunos “el evangelio de los pobres”. Como sabemos estas son expresiones escatológicas (de futuro) que aún hoy pueden seguir siendo válidas en tal sentido. Hoy muchos sordos son recuperados con cirugías o con adminículos. Muchos mudos totales se comunican por señas. Muchos tartamudos mejoran con terapia como gloria para la medicina, pero no podemos decir que hemos llegado al final. Simbólicamente aún habrá muchos enmudecidos por el sistema y tartamudos frente a los poderes de este mundo. Resulta un tano irónico que los creyentes leyeran las Escrituras judías como si los profetas pudieran predecir lo que sucedería a la manera de las premoniciones de un adivino, agorero, palmista, mago, horóscopo, echador de suertes, que estaban todos prohibidos en Israel por la ley de Moisés. La función del profeta, como varias veces se ha dicho, era invitar a la conversión en el presente y habrían sido instituidos precisamente para que no se pretendiera adivinar el futuro. Lo contrario de los griegos y su oráculo de Delfos, sus pitonisas y adivinos.  
El relato del evangelio de hoy es exclusivo de Marcos. Quizás si Lucas hubiera narrado el incidente le habría bastado con la orden ¡Éfeta!, como quien increpa a un demonio. Pero tratar de deducir de cada uno de los gestos de Jesús una terapia específica sería errar el blanco. ¿Por qué utiliza la saliva?, ¿en dónde escupió, en la tierra, en sus dedos, en la lengua del enfermo? El único lugar en Marcos donde Jesús acude a la saliva es en la curación del ciego: “Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: ¿Ves algo?” (Mc 8:23). Siguiendo igual lógica, que sería la terapia de la medicina del momento, habría escupido en la lengua del tartamudo, lo que hoy nos resultaría repugnante. En el evangelio de Juan hay un tratamiento similar de un ciego: “Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego” (Jn 9:6), lo cual simplemente signifique que en una medicina tan atrasada como la judía, no tendrían otro ungüento disponible. Curiosamente en la pasión se habla de escupir a Jesús como desprecio. Igualmente en ciertas tradiciones populares es común escupir ante algún olor nauseabundo o para evitar una traición como la de Judas. Un estudioso de la crucifixión como el alemán Martin Hengel, no descarta que la crucifixión pudiera ser hecha cabeza abajo (como se dice de Pedro) para que la gente pudiera escupir al reo a la cara. La escupa, la saliva es ambigua en la misma cultura judía: remedio y desprecio.
Para el judaísmo, para el cual Yahvéh era el Dios de la palabra que debía escucharse, un sordo sería bastante desgraciado. Siendo Yahvéh el Dios de la palabra, de la audición, del mandamiento religioso primero ¡Escucha Israel! (¡Shemá Israel!) el sordo sería el que no puede escuchar la Palabra en la sinagoga, en la oración doméstica, en la voz de los profetas y maestros de la ley. Todas las curaciones de enfermedades en los evangelios tienen la dimensión social o religiosa asociada: posesos, leprosos, ciegos, paralíticos, tartamudos, sordomudos. Jesús hace suya hasta tal punto la angustia del sordomudo, encerrado en sí mismo e incomunicado con Yahvéh (al menos en el sentir judío) y con los hombres, que en la lucha con la enfermedad (entendida como un poder que encadena al hombre) suspira antes de pronunciar el ¡Éfeta! Simbólicamente puede entenderse como el deseo de curar la sordera de fariseos y discípulos por igual. Los profetas critican al pueblo su sordera y ceguera frente a la voluntad de Yahvéh; un pueblo sin defectos físicos del oído o la vista pero adormecidos por el poder, culpablemente ciegos, sordos e ignorantes del dolor del pueblo. Cualquier limitación en cualquiera de los sentidos (el evangelio no habla del tacto ni del olfato), es ya una disminución en el conocimiento de Yahvéh quien deseaba el máximo disfrute de su creación. En la concepción griega, por el contrario, la idea de la divinidad era tan abstracta, que mientras más se alejara o desprendiera de los sentidos era más verdadera y en parte por allí entró tal idea en el cristianismo y su ascética de guerra a los sentidos. Hoy también podemos hablar de una sociedad de sordos frente al grito de los pobres y de tartamudos respecto al profetismo para denunciar la injusticia. Los enmudecidos hoy, aunque no lo sean físicamente, son numerosos.

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