XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo B – Septiembre 5 de 2021 Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ Al volver Jesús de la región de Tiro, pasó por Sidón y se fue al lago de Galilea en territorio de la Decápolis. Allí le presentaron un sordo y tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo apartó de la gente. A solas con él le metió los dedos en los oídos, y con el dedo untado en saliva le tocó la lengua; y mirando al cielo suspiró y le dijo: “Effetá” (que quiere decir “Ábrete”). Inmediatamente se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. Entonces les mandó que no se lo dijeran a nadie. Pero mientras más les mandaba, más lo pregonaban. Y en el colmo del asombro decían: “¡Todo lo ha hecho bien! ¡Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos!” (Marcos 7, 31-37).
Los milagros obrados por Jesús contienen significados que van más allá de la curación de una enfermedad o de la superación de una incapacidad física. Meditemos sobre el sentido trascendente del que nos narra hoy el Evangelio, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo.
1. Jesús nos invita al silencio a solas con Él para ser transformados
Lo primero que resalta en el relato es cómo Jesús, ante la petición que le hacen para que sane a aquel hombre sordo y tartamudo, lo aparta de la gente. Esto quiere decir que necesitamos espacios y momentos de silencio interior para que el Señor, en un encuentro “a solas” con Él que viene “en persona”, como dice la profecía de Isaías (35, 4-7), nos disponga para escuchar su mensaje.
Qué difícil es escuchar en medio del ruido ensordecedor de las grandes ciudades, cuyo ritmo acelerado impide encontrar espacios o momentos de silencio para oír la voz del Señor que nos habla de múltiples formas, muchas veces desapercibidas. Por eso es necesario un esfuerzo constante para percibir lo que Dios nos dice y disponernos así también a escuchar a las personas que nos rodean, especialmente a las más necesitadas, que no encuentran quién las escuche a causa de su pobreza o sus limitaciones, y que suelen ser discriminadas como lo dice la palabra de Dios en la Carta de Santiago (2, 1-5).
2. Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar
Todos necesitamos que Dios abra nuestros oídos interiores para poder escucharlo. La imposición de las manos realizada por Jesús al obrar el milagro, significa la comunicación del Espíritu Santo, que nos hace posible oír, comprender, acoger y poner en práctica lo que Dios nos dice a través de su Palabra, de los acontecimientos cotidianos, de las personas que nos aman y del clamor de nuestros hermanos que sufren.
En las familias, en el ámbito del trabajo o en cualquier otra circunstancia, es preciso que Jesús nos disponga a una auténtica comunicación que, como condición necesaria para la convivencia en paz, supone y exige la disposición de cada persona a escuchar a las demás en un clima de diálogo.
3. Jesús nos hace posible comunicar su Buena Noticia
Jesús no solamente abre los oídos sino también hace posible hablar. La Palabra de Dios que escuchamos no podemos dejarla sólo para nosotros mismos; debemos comunicarla, dando así testimonio de lo que el Señor ha obrado en nosotros. Él quiere comunicarnos su Espíritu, no sólo para que podamos percibir y comprender sus enseñanzas, sino además para que nos movamos a compartirlas.
El Evangelio dice que Jesús les mandó a quienes presenciaron el milagro que no se lo contaran a nadie. Es lo que los estudiosos de los evangelios llaman el “secreto mesiánico”, cuya razón era evitar las falsas interpretaciones de los hechos de Jesús como prodigios espectaculares con los que él supuestamente buscaría un liderazgo o un poder terrenales, acorde con la idea común entonces de un mesías político que devolvería a los israelitas el esplendor de los tiempos de los reyes David y Salomón diez siglos atrás. Pero lo que Él buscaba era todo lo contrario: manifestar el amor misericordioso y sanador de Dios en favor los pobres, los excluidos, y de todos los que se reconocieran necesitados de salvación.
Animémonos pues a hablar de Dios. Pero no sólo con palabras, sino expresando con nuestra alegría que Aquél que “todo lo hizo bien” sigue actuando a través de nuestra disposición a colaborar con Él para hacer de este mundo un lugar donde se realice el amor compasivo a todos, empezando por los más necesitados.
*Hoy comienza en Colombia la Semana por la Paz
La Semana por la Paz se celebra anualmente en Colombia con motivo de la memoria de san Pedro Claver (1580 – 1654), cuya fiesta es el 9 de septiembre y quien dedicó su vida como jesuita en Cartagena de Indias al servicio de los esclavos provenientes del África, que llegaban en las peores condiciones infrahumanas. Cuentan sus biógrafos que él –como lo dice la carta de Santiago (2,1-5)– atendía pastoralmente a estos esclavos en primer lugar, antes de hacerlo con los ricos y poderosos de dicha ciudad, caracterizada por la alta discriminación social. Murió un 8 de septiembre, día de la Natividad de la Santísima Virgen María.
Pedro Claver, además de haber sido canonizado en 1888 por León XIII –el Papa que escribió la primera encíclica social y en ella proclamó los derechos de los trabajadores–, fue reconocido como “Defensor de los Derechos Humanos” en la Ley 95 de 1985 de la República de Colombia, en la cual se declaró el 9 de septiembre como Día de los Derechos Humanos.
La Semana por la Paz se celebra desde hace 34 años y es convocada por la Conferencia Episcopal de Colombia, la Compañía de Jesús desde su Programa por la Paz y, actualmente, también más de cien organizaciones. El símbolo del inicio de su celebración fue la guacamaya, que contiene en su plumaje todos los colores y por ello nos remite al reconocimiento de la pluralidad y la diversidad, en el marco de la construcción conjunta de una sociedad en la que quepamos todos mediante una sincera reconciliación.
Celebremos pues esta Semana invocando a María santísima y a san Pedro Claver, para que nos dispongan a escuchar lo que Dios nos dice a través de nuestros hermanos necesitados, y a comunicar con nuestras obras la buena noticia que nos trajo Jesús: la cercanía del poder de su Amor que es el reino de Dios, reino de la verdad y la vida, reino de la justicia, el amor y la paz. Que así sea.