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El Dios en quien creemos

Más de una vez me han preguntado ¿tú crees en Dios? ¿Cómo puedes demostrarlo? Y siempre he respondido: Yo creo en Dios, para creer en Él, me basta mirar hacia mi interior y allí lo descubro. Por las acciones que Él realiza, por la manera cómo actúa por medio de su Espíritu, por el amor que me muestra al haber entregado a su Hijo para salvar a la humanidad y liberarla del pecado. Yo creo en Dios y me siento feliz de poder decirlo y compartirlo con las personas que leen esta columna. Es una fe que me llena de gozo y que le da sentido a mi vida. Si a usted, la persona que lee esta columna, le hicieran las mismas preguntas, ¿qué respuesta daría? ¿Cuál sería su experiencia de Dios y cómo la compartiría? Quiero invitar a cada una de las personas que leen esta columna a dedicarse unos minutos y responder esas dos preguntas. Hágalo con total sinceridad, sin buscar respuestas prefabricadas. Le doy algunas pistas: mire su existencia, descubra en ella las huellas del paso de Dios por su vida, identifique lo que puede considerar que son regalos del amor de Dios, que son manifestaciones de su bondad. Celebra la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es la fiesta de nuestra fe, por expresarlo de una manera sencilla. Es el día en el cual reconocemos a ese Dios que se nos manifiesta, el Dios en quien creemos, un Dios que son tres personas distintas y un solo Dios, como decimos desde niños cuando lo aprendimos en el catecismo. Todo eso, es algo que debe llenarnos de una profunda seguridad interior y que nos permite exclamar con san Agustín “oh dicha tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí… eres más íntimo a mi mismo que mi propio ser”. Reconocer nuestra fe en un Dios que es Padre, creador, es descubrir el amor hecho vida y manifestación de la bondad. Confesarlo como un Dios que es Hijo, nos invita a proclamar la cercanía y el compromiso de ese mismo Dios con la historia de la humanidad, haciéndose uno de nosotros, compartiendo las situaciones y circunstancias de la vida. Es expresar la acción de un Dios amor, que por la fuerza del Espíritu, es santificador, es consolador, es acción. Todo esto lo encuentro expresado en el Credo cuando manifestamos “creo en un solo Dios, Padre… Hijo… y Espíritu Santo”. Hay algo más. Esa fe la vivimos en la Iglesia, es la reunión de la comunidad de creyentes donde se comparte el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, donde se celebran los sacramentos que son los canales como la gracia de ese mismo Dios nos llegan a nosotros los cristianos. Todos los sacramentos son administrados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Alabamos a Dios en la oración dirigiéndonos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Es lo que cantamos y proclamamos en la liturgia de las horas y en todas las celebraciones. Dios es el compañero inseparable de nuestras vidas. Un Dios así es el Dios en quien usted y yo creemos y de quien queremos dar testimonio en nuestra vida. Un Dios que ama, que libera y santifica. El Dios que da sentido a mi vida.

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