La invitación que nos dejó el Papa Francisco para este año 2025 es que todos hemos sido convocados a vivir el Jubileo de la Esperanza, creyentes y no creyentes. Nos plantea que el Jubileo debe centrarse en la alegría de la fe, la redención, la justicia social, la paz y el cuidado de la creación, para abrirnos a un futuro mejor, más fraterno y esperanzador. Nos indica que la esperanza cristiana debe ser renovada y ofrecida como un don concreto al mundo actual, herido por conflictos, injusticias, crisis ecológicas y pérdida de sentido: “En un mundo herido y dividido, la esperanza se vuelve urgente” (Papa Francisco).
Atendiendo a esta urgencia, vale destacar lo que Dios hace en nuestras vidas. Para esta oportunidad, les comparto —con el corazón agradecido y reconociendo que la gloria es solo para Dios— un poco de lo que he podido gustar y sentir, al lado de mi esposo y mis dos hijos, desde nuestro accionar misionero en la Casa de Ejercicios Espirituales Villa Claver, ubicada en la Serranía de Turbaco, Bolívar.
En concreto, ¿cómo hemos vivido desde el Espíritu de la Esperanza nuestra misión? Como familia, emprendimos un camino de entrega y servicio hace ya algunos años. Tal elección proviene de una profunda experiencia de encuentro con Jesucristo resucitado, por medio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Mi esposo y yo coincidimos en que esa experiencia fue incluso más transformadora que la llegada de nuestros hijos, porque cambió definitivamente nuestra manera de vivir. Nos sentimos llamados a no desperdiciar la vida y a dejar todo lo que hasta ese momento considerábamos importante, por un proyecto lleno de sentido: el Reino de Dios.
Ante un llamado a la vida plena en Dios, le agradecemos a la hermana muerte el habernos iluminado la conciencia de que no somos eternos, y que el mejor proyecto posible para dedicar nuestra existencia es colaborar en la misión del reinado de Cristo. Todo lo que en aquel momento parecía importante perdió su brillo y su fuerza —lo calificaríamos hoy día como “oropel”—. La llama de la Esperanza empezó a arder en nosotros y se encarnó en forma de DISPONIBILIDAD TOTAL. Si antes no había tiempo para Dios, o le dedicábamos solo un poco, con semejante novedad comprendimos que el tiempo es lo que teníamos; lo que pasaba era que lo ocupábamos en otras cosas. Reconociéndonos útiles y limitados, entendimos que Dios, con eso, hace milagros.
Llegamos a Villa Claver el 1° de enero de 2023, con la idea de que aquel lugar ya había cumplido su ciclo y que era momento de aprovechar ese recurso de otra forma. En nuestro sentir, ese lugar aún tenía potencial, y guardábamos la esperanza de seguir sacándole provecho para aquello para lo que había sido construido: para el encuentro con Dios. Pedimos que se nos permitiera recuperarlo y continuar haciendo de él una Casa de Espiritualidad. Viviéndola, reconocemos y agradecemos la huella de todos los que, en el pasado, trabajaron desde Villa Claver, y nos reconocemos en este momento incluidos en el plan de Dios: una corriente de gracia que nos precede. Simplemente se relevó el paso de la antorcha.
En el marco de la parábola, resalto dos aspectos que nos han ayudado en clave de misioneros de la esperanza: la actitud y las acciones del cuidador.
En primer lugar, la actitud de esperanzados. Durante este tiempo de misión, nos han abrazado la confianza, la alegría y la libertad. Así percibimos la fuerza del Espíritu de Dios animándonos e impulsándonos.
En segundo lugar, las acciones. Hemos comprendido que debemos remover la tierra y abonarla. En la práctica, en primer lugar, hemos venido cuidando la oración personal, las relaciones con el medio ambiente que nos rodea y los amigos de la misión. En segundo lugar, abonamos con creatividad y amor: las actividades que desarrollamos, los retiros que brindamos, la manera de cocinar, de alimentarnos y de atender a todos los que vienen a la casa. Abonamos, también, con paciencia y buen humor, porque, por momentos, parece una locura en lo que nos hemos metido y supera nuestras lógicas humanas, aquellas a las que estábamos acostumbrados sobre cómo “deberían” ser las cosas.
Nuestra mirada se va ampliando y renovando en la misión: “El Jubileo es un tiempo para recuperar la mirada confiada y generosa hacia el futuro” (Papa Francisco). Poco a poco hemos ido aprendiendo y acogiendo que nuestro Señor tiene su modo de proceder, y que lo único que debemos hacer es volvernos disponibles: cuidando y abonando.
He podido experimentar a un Dios amoroso y compasivo, un Dios de oportunidades que no da nada ni a nadie por descartado. En Villa Claver he sido testigo de milagros. Actualmente llevamos dos años y medio en la casa de espiritualidad y hemos atendido a muchas personas que llegaron considerándose “estériles”, pero que, después de unos días de estar con Dios, salieron convencidas de que sí son capaces de dar frutos. La casa en sí misma ha tenido cambios favorables que dan fe de su renovación tanto física como en la misión apostólica que desde ella se realiza.
Aunque en la parábola no se dice si finalmente dio fruto o no la higuera, reitero que lo que me resuena es la actitud del cuidador. Este Intercede por la higuera y se compromete a trabajar por ella. El Jubileo es un tiempo de gracia para redescubrir a Dios como fuente de esperanza, y para testimoniarla con gestos concretos de misericordia, solidaridad y fraternidad. Sigo cultivando mi espiritualidad para que mi corazón permita que la fuerza del Espíritu del Resucitado renueve cada vez más mi mirada, y pido a Dios por quienes, desde sus diferentes misiones o puestos de trabajo en la Provincia y en la iglesia en general, le siguen y colaboran en el Reino. Ruego que nos ayude a ser verdaderos misioneros de esperanza, con gran ánimo y liberalidad, como nos invita San Ignacio de Loyola.