Ante la pregunta ¿Quién eres tú? ¿Qué respuesta daría cada uno de nosotros? Creo que lo pensaríamos más de una vez, pues no es fácil responderla, dados los elementos que desde el ambiente en el cual nos desarrollamos y nos movemos nos están lanzando a responder de manera convencional, un poco artificial, con lo cual puede suceder que la pregunta no quede respondida.
Juan el Bautista, figura central en el pasaje evangélico de este domingo, responde claramente “no soy el Mesías, no soy Elías, no soy uno de los profetas”. La última pregunta es clave ¿Qué dices de ti mismo? La respuesta es profundamente honesta “yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.
El testimonio sobre la verdad continúa al responder la pregunta sobre por qué bautizaba. Les dice “yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Es dar testimonio de la verdad, es ser fiel a lo que dice el evangelista un poco antes en este mismo texto “Juan Bautista no era la luz, sino testigo de la luz”.
Con frecuencia buscamos desvíos, vericuetos para responder a las preguntas fundamentales, parece que nos diera miedo responder con la verdad simple y llana. Nos enredamos, porque pensamos que debemos responder con lo que a la gente le gusta escuchar, así creemos y pensamos. Dentro de todo esto, la verdad es la que debe brillar. Juan Bautista no se puso a inventar historias, cuentos, respuestas que no correspondían a la verdad. La dijo con una gran libertad interior, sin ponerse en complicaciones y cosas semejantes.
Dar testimonio de la verdad es el mejor camino para ser honesto consigo mismo y con los demás, porque no tenemos que andar inventando cosa alguna, nos sentimos libres interiormente y podemos mirar a los demás sin temor. La verdad es, al mismo tiempo, expresión de humildad. Es manifestar lo que somos, ni más ni menos, tan solo lo que podemos alcanzar y lograr con nuestras fortalezas y debilidades.
Esa honestidad produce un sentimiento profundo de alegría que nos invade y nos llena en todo nuestro ser. Al mismo tiempo, cuando somos honestos en la búsqueda de la verdad, cuando damos testimonio de la misma, en nuestro interior estamos preparados para acoger la Verdad, así con mayúscula, el Dios hecho hombre que se hace niño para nacer en el pesebre de Belén. Así se convierte en la respuesta a todas nuestras preguntas, ilumina el sendero de nuestra vida.
Ese es el testimonio que pueden dar personas como Juan Bautista, María de Nazareth quien es la Virgen Madre del Niño de Belén. Se reconoce como la humilde servidora del Señor, y así se convierte en modelo de creyente, disponible a la acción de Dios en su vida, por eso se convierte en la Madre de Dios hecho hombre. Dispongamos nuestro corazón en esta parte final de la preparación para celebrar la Navidad, el nacimiento del Dios hecho hombre.