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Recibir y compartir

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Con frecuencia recibimos regalos que nos expresan el afecto de las personas hacia nosotros. Y dentro de esa misma dinámica, es común que compartamos con las personas que queremos ese regalo que hemos recibido. Cuando lo hacemos, nos sentimos felices, plenos, realizados. Pareciera como si el regalo recibido se hiciera más grande, más pleno, más cargado de sentido.

Lo expresado anteriormente nos ayuda a comprender el texto del evangelio de este domingo. Es la historia o parábola de los talentos. Tres hombres a quienes su amo le dio a cada uno una determinada cantidad de dinero para que la administrara. Y cada uno de ellos respondió de manera diferente dentro de sus posibilidades y su iniciativa. Cada uno había recibido según su capacidad, nos dice el texto. Y cada uno hizo producir el don recibido. El primero de ellos, produjo el ciento por ciento, lo mismo hizo el segundo. El tercero, en cambio, no lo puso a producir, lo enterró, según él mismo, por temor a quien le había confiado tal responsabilidad.

La historia parece repetirse en nuestra vida diaria. Muchas personas son conscientes de los dones recibidos, los hacen fructificar porque los comparten, los ponen al servicio de los demás. También hay otras personas que, por diversas circunstancias de la vida, asumen actitudes de pasividad y conformismo, no hacen fructificar los dones recibidos, se encierran en sí mismos y la cuenta que dan de la administración es muy pobre.

A propósito de la parábola de los talentos, me viene a la memoria lo que decía el Hermano Roger Schütz de la comunidad de Taizé en el sentido de “que la única manera de sentirnos verdaderamente felices con respecto a los dones recibidos es cuando los compartimos, cuando salimos de nosotros mismos y nos damos a los demás”. Creo que en este pensamiento encontramos la mejor expresión de lo que es la vocación del cristiano al servicio de los demás, servicio que adquiere su plena expresión en el compartir.

Dice el adagio que “pena compartida es media pena y alegría compartida es doble alegría”. La invitación es a salir de nosotros mismos, a darnos, a hacernos vulnerables a la necesidad del otro, sabiendo que le podemos dar ese gesto oportuno, la palabra adecuada para aliviar su pena. Eso es ser fiel en lo poco como nos lo dice el pasaje de este domingo, para así merecer el que se nos confíe lo mucho. Lo esencial es saber administrar lo recibido, no lo es tanto la cantidad de dones recibidos o la intensidad de alguno de ellos. Lo que cuenta es el uso que hagamos de lo recibido, la manera como lo administremos, la posibilidad real de hacerlo producir fruto, sabiendo que depende de nosotros el resultado.

Vale la pena que cada persona se pregunte, comenzando por mí mismo, qué uso hacemos de los dones, talentos, cualidades, regalos, presentes recibidos. Que hagamos el inventario de esos dones, que veamos cuáles hemos puesto al servicio de los demás, cuáles hemos mantenido ocultos o infructuosos y qué respuesta vamos a dar cuando se nos pida cuenta de la administración. Todo esto, en la línea del título de esta columna “recibir y compartir”. No es solo lo primero, es también lo segundo como elemento básico para construir la verdadera felicidad, la que nace de saber que hemos puesto lo que somos, más que lo que tenemos, al servicio de los demás.

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