Hoy es el Domingo Mundial de las Misiones. Es el día dedicado a tomar conciencia sobre la tarea misionera que realiza la Iglesia. Es también la oportunidad que tenemos todos de reflexionar sobre el carácter misionero de nuestra vocación recibida desde el bautismo.
Las tres palabras que encabezan mi columna expresan la misma idea. Apóstol es una palabra griega, misionero es una palabra latina; las dos se traducen en castellano por el término enviado. Las tres dicen lo mismo. Ser apóstol es ser enviado y esto es ser misionero. Todos, desde el bautismo tenemos la misión de ser anunciadores del Evangelio, es parte del compromiso recibido desde el momento en que entramos a la comunidad de creyentes.
Hemos pensado que el anuncio del Evangelio les corresponde a aquellas personas que solemos llamar misioneros, cuya imagen nos describe a alguien de barba, que ha dejado su patria para irse a un país lejano, cambiando de cultura, de lengua y de costumbres. La realidad es diferente. Hoy, el anuncio del Evangelio se hace por maneras diversas, teniendo en cuenta la rapidez de los medios de comunicación y de acceso a la información.
Sin embargo, la tarea de quien ha sido enviado, es decir, de todo bautizado se realiza en los diferentes contextos y situaciones de la vida, desde las diversas profesiones y estados de vida. No es solo asunto que compete a los sacerdotes, religiosas y religiosos. Todo cristiano es apóstol, tiene una vocación misionera. Al mismo tiempo, debemos ser solidarios con la vocación y la tarea de aquellas personas que han descubierto una vocación especial y han asumido esa tarea misionera de anunciar el Evangelio a quienes no lo conocen, que tienen esa sed espiritual, que buscan la manera de darle un sentido más profundo a su vida.
Son miles de millones de personas que no conocen a Cristo. Esa tarea es parte de la labor misionera de la Iglesia como vocación especial. Los apóstoles, como compañeros y seguidores de Jesús, fueron los primeros misioneros y en el libro de los Hechos de los Apóstoles se cuentan los viajes de Pedro y Pablo, su esfuerzo para anunciar la buena noticia, el trabajo agotador realizado, las dificultades superadas, la entrega hecha vida y los frutos recogidos.
Ellos, dieron testimonio de su fe y su amor con la propia vida. Se convirtieron en ejemplo y modelo de lo que es ser enviado. Vivieron su vocación desde el compromiso y así, su vida tuvo pleno sentido. Día para reflexionar sobre la manera como estamos viviendo nuestra vocación misionera. Tiempo para preguntarnos sobre la conciencia que tenemos de nuestro compromiso cristiano y las exigencias que conlleva.
Oportunidad para recordar que la tarea del anuncio del Evangelio es de todos los bautizados, que debemos convertirnos en testigos de la fe que profesamos y celebramos como comunidad de creyentes. Seamos solidarios por la oración y el apoyo económico con quienes viven la especial vocación misionera.