Pensando en voz alta | 27 de febrero de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ
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Muchas veces hemos presenciado o hemos vivido la escena de dos personas que discuten acaloradamente. Nos impresiona ver lo que hacen y oír lo que dicen. Las ofensas salen con una facilidad pasmosa. Se ultraja la dignidad de las personas, se cuestiona su integridad y se pone en tela de juicio lo más sagrado que tiene el ser humano: su honra.
Todos nos hemos visto en situaciones difíciles, en las cuales lo sabemos qué hacer ni qué decir, porque nos toman por sorpresa. Escuchamos cosas que nos sorprenden, bien sea de otras personas o de nosotros. Nos convertimos en jueces, censores y verdugos. Dictamos sentencia con una facilidad impresionante. Encontramos víctimas y culpables, condenamos y absolvemos con una gran facilidad.
Pero me pregunto: ¿hemos mirado hacia nuestro interior? ¿Podemos decir que no hay en nosotros culpa alguna en el daño causado a otros? ¿Somos inocentes o debemos reconocer que hemos fallado por acción o por omisión? Es un punto neurálgico en la vida de convivencia y relaciones en la cual debemos desenvolvernos. Fácilmente, hablamos o hacemos más de la cuenta, causando daño a otros. Y nos quedamos tan tranquilos, como si nada hubiera pasado.
¿Por qué de nuestro interior no salen palabras de bondad, de amor y reconciliación? ¿Por qué no podemos ser instrumentos de paz, sembradores de una nueva esperanza? ¿Por qué no cambiamos el corazón, para que de él salgan los buenos deseos, las palabras de ánimo que estimulen y ayuden? Creo que es posible, si nos lo proponemos seria y verdaderamente.
Creo que debemos ser más cautos en censurar a los demás por lo que hacen o dejan de hacer, por lo que dicen o callan, por sus actitudes y comentarios. Debemos mirar primero hacia nuestro interior y desde allí, en la humildad y el silencio reconocer que somos los primeros que fallamos. Eso es cambiar el corazón, eso es pensar en positivo y eso es aportar a la construcción de un nuevo país.
Dicho de otra manera más sencilla: pensemos antes de actuar y no al contrario, actuar y luego pensar. Casi seguro que si así lo hacemos, evitaremos el cometer muchos errores, no seremos ligeros en condenar, señalar y enjuiciar porque la prudencia nos hará mirar hacia nuestro interior antes que fijarnos en los demás. El cambio del corazón lleva consigo un profundo respeto a las demás personas, al mismo tiempo que nos hace más comprensivos ante su fragilidad. Ese cambio del corazón no da espera. Lo podemos iniciar ya.