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Cercanía y compromiso con quienes viven en las fronteras de la exclusión – Provincial Francisco de Roux, S.J.

Reconciliación y justicia

Por: Francisco de Roux, S.J.
Junio 15, 2012

Estar al lado de los excluidos es frontera y prioridad del Plan Apostólico Común. El Plan llama a estar allí a los Jesuitas y a quienes quieran colaborar con Dios en Latinoamérica en este mismo espíritu. El lugar es al lado de los que han quedado por fuera de toda seguridad, de los despojados de sus tierras, de los desplazados o migrante inciertos, de los indígenas y afroamericanos que estúpidamente fueron considerados como infrahumanos, de los que tienen hambre, de los que no pueden acceder a la educación, de las víctimas de todas las guerras y todos los odios. Esta prioridad es Dios. Para ponerlo en palabras de Jesús: yo soy el que tiene hambre, yo soy el que está desnudo, yo soy el que tiene sed, yo soy el expulsado de la tierra, yo soy el que está en la cárcel, yo soy el perseguido por causa de la justicia. La prioridad tiene obviamente un componente radical, porque el desafío para nosotros es total: o estamos con Dios donde Dios está, o no tiene sentido nada de lo que hacemos en centros sociales, universidades, colegios, parroquias o Ejercicios. Vengan benditos porque se pusieron a mi lado. Apártense para siempre los que no entendieron. (Mateo 25, 31 y siguientes). El texto de Mateo pone a Jesús identificado con los despreciables, perdedores, estorbos, para que quede claro que Dios es, para todos y todas, el mismo: con el mismo amor sin condiciones y sin límites. Para que quede claro que Dios se afirma en todo ser humano vulnerado. Para que quede claro que nada añaden a la grandeza de ser amados por Dios el dinero, el poder, la fama, los títulos académicos, el puesto de rector o provincial o el status de sacerdotes o de obispos. Nada. Para que se ponga en evidencia que nosotros nos alejamos de Dios cuando nuestras agendas no dan cabida al menospreciado socialmente, o cuando nuestras instituciones tienen murallas para que los pobres no pasen. No hace falta traer cifras para evidenciar dónde nos espera Dios. Decenas de millones de habitantes en América Latina forman la multitud de los excluidos. En cada ciudad están. En todas las áreas rurales del continente. En lo profundo de nuestras selvas amazónicas. En la tragedia de Haití. En la muchedumbre errante que busca donde asentarse. El Plan Apostólico Común nos compromete a ponernos con ellas y con ellos. Nos pone en la tarea de identificar las poblaciones más vulnerables en cada Provincia y en cada una de las regiones donde están nuestras obras apostólicas, para sacarla a esas poblaciones del silencio y del ocultamiento y traerlas a la conciencia nuestra, a la responsabilidad nuestra, y para hacerles visibles en este movimiento de un Dios que levanta al pobre del estiércol para hacerlo participe de las maravillas de su pueblo. Nos invita a fomentar las comunidades de inserción, con jesuitas rectores y directores de obra, con jesuitas formados, escolares y colaboradores, para vivir al lado de los excluidos, y desde allí, descubrir a Dios en la profundidad de todos, y llegarle a todos sin exclusiones. Nos invita a poner la tienda de campaña en medio de las favelas y los barrios populares de nuestras ciudades. Y si para muchos no es posible vivir cerca de los pobres, nos invita a estar abiertos a ellos, a estar atentos a sus necesidades, a articularnos con nuestros compañeros que nos ponen con ellos en este cuerpo apostólico. ¿Por qué cómo podremos dar a conocer al Dios de nuestro Señor Jesucristo a los demás, a todos los demás sin excepción, si no actuamos desde el lugar donde El empieza su revelación privilegiada a todos, desde donde El sufre, desde donde Él va con nosotros en la incertidumbre de los excluidos en nuestras sociedades? ¿No fue esta la razón por la cual nuestros primeros padres, los maestros de París, escogieron como vivienda el hospital de Venecia para desde allí misionar a multitudes y a príncipes, y la razón por la cual nuestros teólogos de Trento se hospedaron entre los enfermos para ira a disputar con obispos y doctores? El PAC nos invita a estudiar y analizar la situación de los excluidos, y a incidir públicamente en caminos viables de superación de la injusticia, y en caminos viables de paz y reconciliación allí donde la exclusión es expresión de la ambición, la violencia, el desprecio y el odio. Esta llamada al análisis y a la incidencia está en el corazón de nuestro carisma ignaciano. Nosotros no somos ni contempladores perplejos ni participantes neutrales ante la destrucción del ser humano y la naturaleza. Nuestra vocación nos mete en la pasión de Jesucristo por la dignidad humana y nos pone con Dios en esta causa que se juega en el corazón de cada persona y se concreta en las instituciones culturales, económicas y políticas que hacemos los seres humanos.

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