Pensando en voz alta | 11 de diciembre de 2022
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.
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Leía en estos días una sencilla historia de alguien que se encontró con la Madre Teresa de Calcuta y le dijo, al confesar su falta de fe, que si de alguna manera podía describir el rostro de Dios debería ser como el rostro de la Madre Teresa de Calcuta. Me impactó porque me llevó a reflexionar sobre la manera como transparentamos a Dios, sobre el modo como somos su imagen, habiendo sido creados a semejanza de Él.
Lo relaciono con el hecho que nos narra el texto del evangelio de este domingo. Hay señales que nos permiten descubrir a Jesús presente en los acontecimientos de la vida: los enfermos sanan, los ciegos ven, los cojos andan. Son acciones que nos muestran el amor de Dios hecho vida y cómo esos hechos nos hablan de Dios y de su manera de amar a la humanidad.
Podemos pensar que en nuestra vida, lo que hacemos, es una manera de manifestar a Dios presente en nosotros. Pero, si nuestras obras no corresponden a ese amor que busca manifestarse por medio nuestro, estaremos siendo obstáculo para que Dios se revele en nosotros. Por decirlo de alguna manera, no hacemos transparente a Dios en nosotros, como que impedimos que la luz de su amor y de su bondad brille en nuestra vida.
¿Cuántos hombres y mujeres pueden haber perdido la fe por culpa de nuestro proceder equivocado? ¿Cuántas personas habrán encontrado a Dios por la manera recta de actuar de quienes se reconocen y se dicen cristianos y, en verdad, lo son? El compromiso del testimonio es algo irrenunciable que nos exige una profunda coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, entre la palabra y la vida, entre la teoría y la práctica.
¿Cómo es Dios? Pregunta que afecta a muchos, respuesta que no es fácil de dar cuando se pretende hacerlo desde la razón, desde las ideas, desde la teoría. El camino mejor para responderla es desde la experiencia espiritual y desde la vida cotidiana. Es poder decirle a los demás que a Dios es posible conocerlo desde el testimonio de las personas, desde la orilla de nuestra cotidianidad.
Si a cada uno de nosotros se nos hiciera esa pregunta, ¿cuál sería nuestra respuesta? Tendríamos la frente en alto para responder con honestidad que sí somos imágenes de Dios o deberíamos agachar la cabeza avergonzados porque en lo íntimo del corazón debemos reconocer que no somos los testigos más adecuados para reflejar a Dios en nuestra vida.
Pienso en la pregunta que Juan el Bautista por medio de sus enviados le hace a Jesús: ¿eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? La respuesta sincera de Jesús es clara: vayan a Juan y anúncienle lo que están viendo y oyendo. Las obras de Jesús hablan por Él. Su palabra es el refuerzo de su manera de actuar, sus obras muestran lo que es su mensaje. No podía ser de otra manera para el Dios hecho hombre, para quien venía a darnos a conocer a Dios, su amor y su bondad. Así es Dios: Amor.
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