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¿Cuál debe ser nuestro distintivo?

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Junio 30, 2017

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Encuentro la actitud de la mujer de la primera lectura como un verdadero ejemplo de hospitalidad y de acogida. Le construyen en la terraza de su casa una habitación al profeta Eliseo. Su generosidad se ve recompensada. “el año siguiente, por este tiempo, abrazarás un hijo”.

Era la promesa para una mujer que no tenía hijos y su marido era viejo, como nos lo dice el texto. Vale la pena que nos preguntemos cómo acogemos a quien llega a nuestra casa y cómo lo consideramos. Podemos pensar que es alguien que nos importuna o “un hombre de Dios” como dice el texto. Un segundo elemento de reflexión nos lo ofrece el evangelio: se nos pregunta sobre dónde está la fuerza de nuestro amor. ¡Está acaso en el amor al padre, a la madre, al hijo o a la hija más que al Señor? El texto nos responde “no es digno de mí”.

Continúan las paradojas “el que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Surge un nuevo interrogante ¿estamos dispuestos a perder la vida en el sentido evangélico? A continuación nos habla de la hospitalidad y la acogida: “quien reciba a un profeta por ser profeta, y aun justo por ser justo, recibirá recompensa de profeta o de justo, según el caso”. Es lo que narra la primera lectura y nos da pie para preguntarnos sobre esas personas que aparecen en la vida y que pueden importunarnos un poco porque no alcanzamos a encontrar en ellos el rostro de un Cristo que se hace enfermo, o hermano que sufre, desamparado o desprotegido.

Esa es la piedra de toque que se ve enfatizada por la conclusión del pasaje evangélico. “Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, les aseguro que no perderá su recompensa”. Ese debe ser nuestro distintivo como creyentes: el amor en las obras más que en las palabras. Es la misericordia que tanto nos ha insistido el Papa Francisco. Son esas obras que cualquiera de nosotros puede hacer sin mayor esfuerzo.

No se trata de acciones heroicas, sino de gestos sencillos de amor con los cuales demostramos que el Dios en quien creemos es un Dios Amor. Los momentos que vive nuestro país requieren de nosotros una transformación del corazón. Comprender que las acciones de perdón y reconciliación son parte de esas acciones que nos ayudan a construir el nuevo país que todos deseamos. Como creyentes estamos llamados a ser valientes y decididos. No dejemos para mañana lo que estamos llamados a hacer hoy. Ese distintivo debe ser reconocido en nosotros por quienes ven cómo actuamos.

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