La vida nos pone delante diferentes situaciones en las cuales se mide nuestra capacidad para aceptar la fragilidad y las fallas del otro. Casi siempre, somos demasiado estrictos con los demás y ampliamente indulgentes con nosotros mismos. Esto nos lleva a crear una serie de actitudes de intolerancia con los demás que deterioran sensiblemente la manera de interactuar y relacionarnos. El texto del evangelio de este domingo va en esta línea.
Lo primero que quiero afirmar es que “las personas se equivocan, cometen errores, no por malicia sino por fragilidad”, es decir que las intenciones no son negativas, sino que a pesar de no querer hacer algo negativo lo hacemos y dejamos de hacer el bien que deberíamos, como lo expresa San Pablo en la carta a los romanos. En la segunda lectura de este domingo leemos que todos los mandamientos se resumen en este “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Vale la pena preguntarnos si amamos a los demás como nos amamos a nosotros mismos, o por el contrario, podemos decir que no amamos a los demás como nos amamos a nosotros.
El segundo elemento que nos presenta el texto evangélico va en la línea de mostrarnos lo que podemos llamar la corrección fraterna. Es bueno que nos preguntemos si la aplicamos o no en la vida. Los pasos de esta manera de ayudar a la otra persona a ser mejor es la siguiente: la amonestación personal, a solas; luego, delante de dos o tres testigos; posteriormente, decirlo a la comunidad; si no hace caso, dice el evangelio “apártate de él como un pagano o un publicano”.
Me he puesto a pensar lo diferentes que serían nuestras relaciones interpersonales y sociales, si pusiéramos en práctica esta manera de corregir a la otra persona, léase, ayudarla a ser mejor. Y lo que he encontrado en la cotidianidad de la vida son las agresiones, las ofensas, los ultrajes, las diferentes maneras de reaccionar violentamente. Todo eso me muestra que no sabemos o no queremos ayudarnos a ser mejores, a corregir de una manera fraternal nuestros errores, pues todos los tenemos, nadie es perfecto y todos esperamos comprensión.
Leyendo o escuchando las noticias, encuentro que tenemos a flor de labios la palabra revanchista, el vocablo que lastima y ofende, para sentir que hemos hecho justicia por propia mano, para disfrutar de esa sensación interna de decirnos “se la cobré” y ahora me siento tranquilo. Más aún, cuando le comentamos a otras personas lo negativo de los demás, hacemos un daño grave, pues ponemos en tela de juicio la integridad moral de la otra o las otras personas, poniendo en evidencia cosas que no deberían darse a conocer. Eso no es fácil de reparar porque ya la duda sobre el otro ha quedado sembrada. Coloquémonos en la situación de la otra persona, ¿nos gustaría estar ahí y que se expresaran de nosotros del modo que lo hacemos con respecto a los otros?
Dice el adagio popular que “el evitar no es cobardía” y ante eso yo me pregunto ¿Qué sucedería si callamos lo que vemos y aplicamos el proceso de la corrección fraterna? Creo que le estaríamos dando a la persona la oportunidad de mejorar, no haríamos tanto daño, no hablaríamos más de la cuenta, seríamos prudentes. Es la tarea que nos queda de ahora en adelante. Pongámosla en práctica.