Pensando en voz alta | 16 de octubre de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., S.J.
Más de una vez me he encontrado en situaciones en las cuales he debido tomar partido, estar a favor o en contra de algo. No resulta fácil sostener posiciones en determinados contextos y situaciones. Se ejercen muchas presiones, debidas algunas y otras, en su mayoría, indebidas. Es parte de la normalidad de la vida y debemos aprender a manejarlas. Esto no es fácil. El texto del evangelio de este domingo nos indica una posibilidad, podemos analizar si es conveniente o no.
El mundo en el cual nos movemos tiene muchas manifestaciones de corrupción y de maldad. Aparece reflejado en ese juez inicuo que “no respetaba a Dios ni a los hombres” y que “no escuchaba el reclamo de justicia de una viuda que vivía en la misma ciudad”. La razón nos la da el mismo texto pues “el juez, por mucho tiempo no le hizo caso”. Cuántas situaciones semejantes hemos encontrado en nuestra vida, cuántas personas han visto maltratados sus derechos, cuántos atropellos y cuántas injusticias por parte de funcionarios inicuos y corruptos al hacerse los sordos.
Por otro lado, la mujer estaba reclamando lo justo, lo que le correspondía. La reflexión del funcionario corrupto no soluciona el problema “aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”. Qué criterios, qué manera de proceder, porque se ha sentido fastidiado toma la decisión de hacer justicia. Dónde están los principios, los criterios éticos, los valores que deben estar en la conciencia de quien debe administrar justicia. Es un verdadero contrasentido, pues la palabra justicia hace referencia a lo justo, a lo que corresponde hacer o dejar de hacer en derecho. No puede ser la conveniencia personal, el interés privado o particular, el criterio para hacer o no algo que se debe.
Pienso en los marginados, en los hombres y mujeres sin voz, los que no pueden protestar, quienes son atropellados de diversa manera y me siento avergonzado de ver la manera como son tratados por quienes tienen autoridad para administrar y decidir en derecho, conforme a la justicia, a lo recto, a lo ético, a lo que busca el bien. Al mismo tiempo, pienso en la manera como cada uno de nosotros se puede colocar a favor o en contra de una o varias personas, quienes están reclamando sus derechos, lo que en justicia les corresponde. Me pregunto si somos o no voz de los sin voz, de quienes por diversas razones y circunstancias podemos llamar excluidos, marginados o discriminados.
El camino adecuado lo encuentro en la parte final del texto “si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”. Surge una nueva pregunta ¿quiénes son los elegidos de Dios? Si miramos el contexto del evangelio, no solo el de este domingo sino en general, podemos decir que los elegidos de Dios son los pobres, los sencillos, los que el mundo trata de marginar y excluir. Por eso hablamos del amor preferencial de Jesús por los pobres. Queda una pregunta por responder “cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”. Personalmente, me queda otra pregunta más ¿de qué lado estás tú y de qué lado estoy yo? Respondamos esta última pregunta y podremos saber si el Señor va a encontrar fe o no.