Junio 9, 2017
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Imágenes y ejemplos hay. Cada uno falla en algo. Recuerdo que en algún momento de mi adolescencia, alguien trató de explicarme este misterio usando la comparación de una hoja de trébol. Son tres lóbulos, me decía, cada uno diferente, y los tres forman una sola hoja. Bastante cercano. Me ayudó. Otra persona me habló de un Dios que es Padre, creador, de un Dios que es Hijo, redentor y de un Dios que es Espíritu, santificador.
Me habló de comunidad. Pude entender un poco mejor y me pareció más acorde con lo que la sagrada escritura nos habla de Dios, especialmente en el evangelio. Es la manera como Jesús habla de su Padre, que los dos son uno, que cada uno está en el otro. Habla también del Espíritu que ha de revelarnos la verdad completa, que es el abogado y el consolador. Hace algunos días, leía un artículo escrito por un compañero mío donde hablaba a propósito de la Trinidad, de la realidad de Dios, como el Amante (Padre), el Amado (Hijo) y el Amor (Espíritu).
Entendí, entonces, lo que dice San Juan de Dios al definirlo como “Dios es Amor”. Se me abre un horizonte inmenso para hacer realidad en la vida lo que dice el mismo apóstol Juan en su primera carta “si alguien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso, porque cómo puede amar al que no ve y no amar al que ve?”. El amor se convierte en la fuerza de la vida del cristiano, es el valor fundamental, es lo que impulsa a dar testimonio de la fe, a vivir en actitud de servicio y a asumir el compromiso que nace de esa misma fe.
El amor, don de Dios, prometido y enviado por Jesús nos fortalece interiormente, lo recibimos en el bautismo, se confirma en el sacramento de la confirmación (de ahí su nombre) se alimenta en la eucaristía, se restablece, cuando lo hemos perdido, en la reconciliación, es fortaleza en la unción de los enfermos, se hace servicio en el sacramento del orden y se convierte en comunidad en el matrimonio. Los sacramentos son los medios que tenemos, como parte de la Iglesia, comunidad de creyentes, para vivir y crecer en el amor.
Si Dios es comunidad, nosotros creados a imagen y semejanza de ese Dios, estamos llamados a construir comunidad desde la fe que profesamos, a celebrar en comunidad esa misma fe (asamblea eucarística) y a proyectar hacia la comunidad, especialmente a los más necesitados, ese amor hecho fraternidad, servicio y solidaridad (la caridad hecha vida). La fiesta de la Santísima Trinidad nos coloca en la línea de la revisión de nuestro compromiso bautismal, de la renovación de ese compromiso hecho, en nuestro nombre, por nuestros padres y padrinos. Creamos y vivamos en un Dios que es comunidad.