En la vida todos hemos vivido la experiencia de buscar algo que se nos ha perdido, extraviado o algo semejante. La angustia que nos acompaña es muy grande, la zozobra se apodera de nuestro interior, no hay paz ni tranquilidad. Preguntamos, averiguamos, nos ofuscamos. Resultado: casi siempre no es el esperado. ¿Por qué? Por una sencilla razón: buscamos en el lugar equivocado o de una manera poco apropiada.
En otros momentos de la vida deseamos encontrarnos con alguna persona, queremos conocerla, ponemos todos los medios y no lo conseguimos. Pienso en esas personas que coleccionan autógrafos de celebridades. Deben realizar toda clase de piruetas, de maromas, para conseguir lo que desean y sueñan. También en estos casos puede darse el desencanto, pues la persona a quien deseamos conocer no colma nuestras expectativas, nos desilusiona.
Este domingo nos ofrece una serie de elementos que nos ayudan a clarificar las cosas. En primer lugar, por medio de la primera lectura, encontramos lo que podemos llamar un proceso de discernimiento, donde una persona experimentada es clave para encontrar y hallar lo que estamos buscando, especialmente en el campo espiritual de nuestra relación con Dios. Elí ayuda a Samuel a discernir el origen de la voz que lo está llamando. Le enseña el camino de ese proceso y cómo debe comportarse cuando la vuelva a escuchar. Así, lo único que puede decir Samuel es “habla, Señor, que tu siervo te escucha”.
El evangelio es la manera de responder de quien no quiere hacer cosa alguna que exprese inclinación hacia un lado o hacia otro. La pregunta de los discípulos de Juan El Bautista es clave “¿dónde vives?”. La respuesta es inteligente, es una invitación, apela a la buena conciencia de estos discípulos “vengan y lo verán”. No se expresan las cosas con largos discursos, no se dan respuestas rebuscadas, no se condiciona a las personas. Es una invitación a la libre decisión.
El pasaje termina con el encuentro de Simón, hermano de Andrés, y la invitación de Jesús “tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)”. Estos discípulos estaban buscando el sentido de su vida, lo encontraron en la persona de Jesús, les hizo una invitación y ellos respondieron “vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”.
Vale la pena que nos preguntemos ¿a quién estamos buscando y dónde lo estamos haciendo?, porque podemos resultar desenfocados o extraviados por no saber buscar y quedarnos en lo puramente externo, en lo secundario, en lo casi anecdótico, descuidando lo esencial. Encontrar la luz para el camino de la vida es un avance grande en el crecimiento de cada persona. Dejemos que el Espíritu nos ilumine, encendamos la luz interior y veremos todo lo que podemos lograr en madurez y fe.