Hemos escuchado muchas canciones, leído muchas poesías, visto muchas frases y escritos sobre el amor. Me pregunto si el verdadero amor será eso que nos presentan los cantantes de moda, los literatos y quienes escriben sobre el amor.
Porque si eso es el amor, es algo completamente superficial y pasajero, algo que no vale la pena gastarle energías en la vida, ni considerarlo como el sentido de la vida, la luz que nos oriente en el diario caminar. Un amor concebido así no vale la pena. Si, por el contrario me dicen que el amor es algo que le da sentido a la vida, que es algo que hace que la persona se sacrifique, se entregue, de lo mejor de sí mismo, entonces estamos hablando de algo diferente, que vale la pena hacer realidad.
Surge entonces lo que nos dice el evangelio: el amor a Dios se vive en el amor a los demás, y a su vez, el amor a los demás nos conduce al amor a Dios. No pueden darse el uno sin el otro en la realidad de la vida cristiana. Más aún, el mismo evangelio nos da la medida del amor a los demás cuando afirma que “amarás al prójimo como a ti mismo” es la forma de concretar ese amor trascendente que tenemos a Dios.
Comprendo entonces que la vida de las personas tiene una triple dimensión: la vertical que nos habla del amor a Dios, la horizontal que nos habla del amor a los demás, y la interior, en profundidad, que nos habla del amor a sí mismo. Ese triple eje de coordenadas hace que nuestra vida tenga sentido, que lo que hacemos para construir un mundo mejor, más fraternal y más humano, va en la línea del amor a los demás y por lo tanto, es reflejo del amor a Dios.
Cómo sería el mundo de distinto o diferente a lo que vivimos hoy, si de verdad nos esforzáramos por vivir ese amor en las diferentes dimensiones. Sería un camino diferente al que hemos recorrido por la violencia y la muerte que han acabado con la vida de tantos hermanos y hermanas nuestros que han ofrendado su vida en esta guerra absurda que campea por nuestros campos y ciudades. Vidas humanas inocentes que han pagado el precio de los odios, los desajustes y toda la problemática que nos ha llevado al cuadro doloroso que vivimos a diario.
Estamos llamados a abrir el corazón, a escuchar lo que el Señor nos quiere decir “las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”, porque es el compromiso de hacerlas vida en lo cotidiano. Es una invitación que debe convertirse en desafío, en reto permanente, para que cada vez nos asemejemos más a aquel que nos mostró el camino del amor y el servicio. De lo contrario, seremos creyentes a medias, porque nos hará falta el compromiso de vida. Estarías en condiciones de preguntarle a Jesús como el escriba del pasaje del evangelio “¿qué mandamiento es el primero de todos?” y ¿estarías en actitud de escuchar la misma respuesta: “amarás al Señor tu Dios con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo” o tendrías que reconocer que aún te falta mucho por cambiar?