Me llaman poderosamente la atención los atardeceres, especialmente cuando un sol radiante ilumina el horizonte. Me permiten oxigenar el espíritu y darle gracias al Señor por la naturaleza y toda la belleza que conlleva. De una manera diferente y, al mismo tiempo, complementaria de lo anterior, me impactan los días oscuros, particularmente cuando hay neblina, cuando el horizonte no se divisa.
Lo relaciono con la soledad y la oscuridad que puede haber en el interior de las personas. Por otro lado, las noches claras de luna con un cielo tachonado de estrellas, me reconfortan y me acercan a Dios. Todos estos ejemplos me ayudan en la reflexión que deseo compartirles. El texto del evangelio de este domingo tiene la mezcla de lo alegre y lo triste, del gozo y el dolor, de la alegría de la gloria y del misterio insondable del sufrimiento. Se unen el monte Tabor y el Gólgota, la pasión y la cruz de Jesús con su admirable resurrección, el viernes santo y el domingo de pascua.
Todo porque el texto nos da un anticipo de esa gloria, de esa plenitud que es la resurrección en la escena de la transfiguración. El escándalo de la cruz no sería soportable para los discípulos si no tuviesen ese anticipo, esa degustación de la gloria. Y a pesar de haberlo tenido, salieron escandalizados y huyeron cuando llegó la hora del dolor y la cruz.
Ese claroscuro, mezcla de tantas cosas como lo veíamos, es la realidad de nuestra vida diaria: podemos y solemos decir que “no hay dicha completa”, se da una combinación de blanco y negro, donde los tonos grises nos van mostrando cuál de los dos predomina, porque eso muestra nuestra realidad. La vida no puede ser tan bonita que solo sea gozo y alegría, pero tampoco puede ser tan triste y desapacible que todo esté marcado por el dolor y la cruz. La enfermedad, la muerte, el sufrimiento son maneras de hacerse presente en nuestra vida ese lado oscuro de la realidad. Al mismo tiempo, la vida, la salud y lo agradable nos muestran ese lado claro de nuestra existencia. La unión de las dos nos muestra esa dimensión que debemos asumir: no todo es tan bello como quisiéramos, pero tampoco todo es tan negativo como pensamos.
El pasaje de este domingo nos muestra la manera de asumir nuestra vida al estilo de Jesús, encontrando fortaleza en la alegría para los momentos de tristeza y dificultad. Sabiendo, como dice Ignacio de Loyola, que la consolación y la desolación son momentos por los cuales todos pasamos en la vida espiritual. Así como en los momentos bajos no debemos tomar decisiones, tampoco debemos hacerlo cuando estamos eufóricos. Saber combinar y orientar adecuadamente las dos realidades de la vida nos dan la seguridad de ir en la dirección correcta.
Pienso que los momentos actuales que estamos viviendo son claves para aplicar lo que he llamado “el claroscuro de la vida”. Lo dice el adagio popular “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. Todo en su justa medida: ni demasiado optimistas, ni exageradamente pesimistas. Todo en su justa medida.