Pensando en voz alta | 18 de diciembre de 2022
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.
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En la Biblia con frecuencia aparecen personajes que llaman la atención. Algunos, por sus palabras, otros, por sus acciones. Hay personajes que los vinculamos de una manera especial a algún acontecimiento o suceso significativo; es el caso de Salomón, quien se distingue por su sabiduría. Y hay personajes que podríamos decir que pasan desapercibidos, no hay palabra alguna de ellos, no se narra nada especial de su vida. Es el caso de José, el prometido de María, la virgen quien ha sido escogida para ser la madre del Señor, el Salvador del mundo.
De él, el evangelio no presenta palabra alguna. Tampoco nos cuenta grandes hechos de su vida. Sin embargo, ocupa un puesto especial, no solo por haber sido escogido como padre legal del Dios hecho hombre, sino porque recibe la misión de cuidar tanto a la Madre del Salvador como al Niño de Belén. Se le llama en el texto de este domingo “un hombre justo” que no quiere poner en evidencia a su esposa, quien ha resultado embarazada, como lo dice el texto, por obra del Espíritu Santo. Para él, todo se vuelve un misterio, no logra entender lo que sucede.
El sueño, recurso para darle a conocer lo que Dios quiere de él, es la manera de descubrir la acción de Dios en su vida y en la de su esposa. Más aún, se le confirma que es “el Dios con nosotros” de que ha hablado el profeta Isaías. Al mismo tiempo, es la señal que anuncia el profeta “una virgen concebirá y dará a luz un hijo y será su nombre Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros”.
Nos acercamos a la celebración del acontecimiento central de este tiempo: el nacimiento del Salvador, como dice un villancico “del Mesías, el Señor”. Todo lo que hemos hecho en estas semanas y lo que interiorizamos en los días de la novena de Navidad nos lleva a reconocer lo que significa que Dios se haga hombre, nazca como un niño en el pesebre de Belén, como decimos en la novena “para nuestra salud y remedio”. Es un tiempo especial.
En estos días la gente anda de prisa, debe comprar los regalos, enviar las tarjetas, manifestarse de alguna manera con aquellas personas que le son cercanas para expresarles sus mejores deseos. Esto tiene sentido siempre y cuando en nuestro interior nazca el Dios hecho hombre, que llegue al pesebre de nuestro corazón y podamos ofrecerle no tanto el oro, el incienso o la mirra, como aquellos sabios de Oriente, sino el esfuerzo por ser mejores personas, por tener mejores relaciones con los demás, por ser más fraternales y más amigables con todos los que nos rodean. Es la forma de hacer que la navidad tenga sentido para cada uno de nosotros.
No podemos olvidar a nuestros hermanos damnificados por las consecuencias del duro invierno que nos afecta. Son millones de personas para quienes la navidad no es lo que todos celebramos, pues lo han perdido todo, no tienen dónde vivir, no hay cómo celebrar porque no hay medios. Pensemos cómo podemos ayudar para que esta época no sea tan dura para ellos, que nuestra solidaridad no se quede en lo afectivo de sentir dolor sino que se traduzca en obras reales y efectivas de acción solidaria. Es mucho lo que podemos hacer teniendo presente el adagio “hoy por ti, mañana por mí”. Que la Navidad sea un desafío a nuestro espíritu generoso y solidario traducido en obras concretas.