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El llamado de Jesús

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Julio 13, 2018

Es curioso ver y conocer la historia de los llamados del Señor a las personas. Se dan en diversas circunstancias, en diferentes momentos a distintas clases de personas. Si analizamos la vocación de los doce apóstoles encontramos a personas de diversas partes, diferentes actividades y distintos temperamentos.

Tenían en común su profundo convencimiento de seguir incondicionalmente al Señor, el amor a esa persona que los había convocado y su compromiso de hacer realidad ese nuevo orden de cosas, esa manera diferente de relacionarse con Dios y de construir comunidad. En la primera lectura de este domingo encontramos a uno de los profetas en una situación como la que analizamos. Se trata de Amós. Él mismo se describe como “pastor y cultivador de higos”. Les responde a quienes lo cuestionan “no soy profeta ni hijo de profeta. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. Hay elementos en el llamado del Señor que desbordan a la persona.

La vocación conlleva una misión, una tarea que se debe cumplir. No dependía de Amós dónde profetizar porque el Señor lo había enviado al pueblo de Israel. Por otro lado, era cierto que la misión del profeta incomodaba a sus oyentes, pues les hacía caer en la cuenta de las fallas y errores que estaban cometiendo, especialmente en términos de idolatría en su relación con Dios y en términos de injusticia en su relación con los demás. Eran los dos pecados que más frecuentemente debían denunciar los profetas. Al leer el texto del Evangelio de este domingo nos encontramos ante una realidad que complementa lo anterior.

La misión de los discípulos requiere de parte de ellos unas actitudes a nivel personal y otras en su relación con las personas. Es el elemento de respuesta personal, única y de cada uno, el que aparece reflejado en el texto. Debía haber una actitud de desprendimiento, de pobreza no solo interior sino exterior que era reflejo de esa plena confianza en quien los había llamado y enviado. El texto concluye de una manera sencilla y elocuente “salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. Eran los signos que acompañaban a quienes habiendo recibido el llamado, habían cumplido la misión de anunciar y predicar.

Es el segundo aspecto de la misión del profeta, No solo está llamado a denunciar el pecado sino que está llamado, por vocación, a anunciar la esperanza de ese nuevo orden de cosas, esa nueva realidad que se expresaba en los signos que los acompañaban. Hoy, como hace dos mil años, ser profeta no es fácil. Más aún, el cumplimiento de la misión puede incomodar a otros, bien sea porque no les gusta lo que deben escuchar porque es un reclamo a su conciencia, o bien porque les parece que no es conforme al estilo del momento, al ambiente que se vive, o a lo que la gente quiere escuchar.

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