Pensando en voz alta | 22 de enero de 2023
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.
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Con frecuencia nos encontramos ante situaciones complejas que exigen de nosotros una respuesta clara que exprese cuál es nuestra posición, si estamos de acuerdo o no, o qué podemos aportar para lograr hacer realidad lo que nos proponemos. Pienso en las decisiones al interior de la vida en familia, las opciones profesionales que pueden generar cambios de trabajo o reubicaciones dentro de la institución en la cual nos desempeñamos. Más aún, cómo vivir el compromiso cristiano en lo cotidiano.
El texto del evangelio de este domingo nos lleva a preguntarnos sobre lo que implica y significa el seguimiento de Jesús. “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Es un llamado que se presenta como un cambio radical en la manera como se ha vivido hasta ese momento, dejar todo lo que hasta ahora ha sido parte importante y le ha dado sentido a la vida, desprenderse de los seres queridos y arriesgarse hacia lo desconocido. Todo porque se siente desde dentro una fuerza grande que impulsa a correr esa aventura, a vivir la experiencia de lo nuevo y lo impredecible, a “dejarlo todo inmediatamente y seguirlo”.
Quien llama es Jesús, quienes lo han anunciado tienen por nombre Pedro, Pablo o Apolo, como nos lo dice la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Pablo a los Corintios. No podemos confundir la misión del que anuncia con la misión de quien es anunciado. Uno es el predicador, quien tiene la responsabilidad de disponer los corazones para el momento definitivo de la llegada de aquel que es anunciado. En nuestro caso, la misión del apóstol es preparar la llegada del Mesías y su tarea de anunciar el evangelio, la buena noticia. Los signos que acompañan su llegada nos los expresa el mismo texto “curando a la gente de toda enfermedad y dolencia”.
Otro elemento que debe servirnos para la reflexión, es lo que nos dice la segunda lectura “que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, que están perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar”. Es algo que no puede convertirse en normal, que altere el ambiente de armonía y unidad que debe reinar entre quienes se llaman y son los seguidores, los discípulos de Jesús. Sin embargo, la realidad suele ser otra, las envidias y los celos, las rivalidades y los enfrentamientos son parte de lo cotidiano, por eso, la invitación es a superar todo lo que suene a división y discordia.
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció”. Es luz que disipa la tiniebla y la oscuridad, es Jesús de Nazareth, el Dios hecho hombre, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Es el salvador. Por eso Pablo, en la segunda lectura, puede afirmar que “Cristo lo envió a predicar el evangelio, no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo”. Así, el seguimiento de Jesús, se convierte en el sentido de la vida y la misión del apóstol, llamado como los cuatro discípulos del pasaje del evangelio que hemos interiorizado. Somos llamados y enviados para anunciar a quien seguimos.
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