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En tiempo de crisis

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

En estos días de lo que se ha llamado aislamiento social, he tenido mucho tiempo para pensar en lo que estamos viviendo. Es una pandemia que ha afectado a prácticamente todos los países, no ha establecido diferencias de edad, condición social, género u otras características. Es algo que inquieta y cuestiona. ¿Qué ha sucedido en el mundo? Analicemos con cabeza fría.

En primer lugar, considero que hemos llegado a sentirnos los dueños del universo, que nada podía afectarnos de una manera tan seria que nos obligara a todos a confinarnos en nuestras viviendas, a comprender que el aislamiento es una de las mejores maneras de prevenir la propagación del Covid-19. En esto debemos ser muy conscientes de la responsabilidad social que conlleva el mantenernos en casa. Es una cuestión de cuidado personal y, por consiguiente, de ayudar al cuidado de los otros. Que salgamos para lo estrictamente necesario. Debemos ser disciplinados para que así, por la colaboración de todos, logremos contener la propagación del virus.

En segundo lugar, mirando los acontecimientos desde la fe, podemos preguntarnos cuál es el mensaje que lo que estamos viviendo nos está dando. Pienso que no podemos caer en la desesperanza. Vivimos una situación compleja, difícil, completamente inesperada. Es el momento de hacer vida la fortaleza interior que nace de saber que el Señor está con nosotros, que Él nos acompaña. Es el momento de ser humildes y no sentirnos todopoderosos. Reconocer nuestra fragilidad y nuestra humilde condición humana es parte de todo este proceso.

Como adulto mayor me he sentido confrontado, pues no es fácil comprender que formamos parte de la población más vulnerable en las actuales circunstancias y que debemos extremar los cuidados. De nosotros depende en gran parte el que podamos estar libres de contagio. Es algo ante lo cual no tenemos objeción alguna. Cuidarnos, en cuanto de nosotros depende, y dejar que los demás nos cuiden en cuanto depende de ellos.

Es un tiempo privilegiado para la interiorización, para el encuentro con cada uno de nosotros, para orar, para leer, para desatrasarnos de muchas cosas que por el ritmo acelerado que llevamos en la vida no habíamos podido hacer. Me atrevo a llamarlo “un tiempo de gracia” si sabemos vivirlo y no nos dejamos invadir del pesimismo, del estrés, de la tensión natural que una situación como la que estamos viviendo puede producirnos.

Debemos disponernos interiormente para vivir una Semana Santa diferente, valiéndonos de los medios que la tecnología nos ofrece. No podremos ir a la iglesia como ha sido nuestra costumbre. El vivir profundamente la Semana Mayor no depende de las multitudes; depende de la actitud interior, de la disposición personal. Por eso, quiero invitarlos a prepararnos desde ahora a una vivencia diferente de los días santos, a tener una experiencia espiritual inédita, ayudados por los medios tecnológicos actuales. En tiempo de crisis, fortalezcámonos interiormente.

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