7 de noviembre de 2021
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Me llama la atención la manera como algunas personas hablan de su sentido de solidaridad. Me gustaría preguntarles qué entienden por esa palabra, cómo viven esa realidad y si pueden considerarse verdaderamente solidarios.
Casi siempre, el término solidaridad lo unimos con otro muy parecido: caridad. Pensamos que cuando hacemos obras de caridad, estamos siendo solidarios. Me atrevo a pensar que no es exactamente así. La razón es sencilla: la solidaridad va más allá, pues busca que la persona solidaria se desprenda aun de aquello que necesita para vivir. Los ejemplos de la viuda de Sarepta en la primera lectura y la viuda pobre del evangelio nos muestran esta realidad. Ambas se desprenden, en un gesto generoso, de aquello que les quedaba para vivir, lo necesitaban y lo entregan con generosidad. No hubo en ellas ostentación o alarde de cosa alguna. Solo Dios, en la intimidad del corazón, iba a reconocer su gesto.
El elogio que Jesús hace es elocuente: “esa mujer dio más que todos. Los demás han echado de lo que les sobraba; pero esta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Es lo que le dice el profeta a la mujer de Sarepta en la primera lectura: “la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Y así sucedió. Esta mujer esperaba la muerte después de consumir lo que le quedaba. La generosidad fue recompensada. Creo que así entendemos mejor lo que debe ser la verdadera solidaridad. Es cuestión de ir más allá de compartir lo que nos sobra o no necesitamos.
Vale la pena compartir lo que dice el papa Benedicto XVI en su última encíclica Caridad en la Verdad, cuando afirma: “la ética cristiana nace en el corazón de la sociedad que se perfila solidaria con las necesidades de todos los hombres; busca que la utilidad de la economía favorezca a todos”; que los banqueros y los empresarios ojalá puedan pensar como la viuda de Sarepta, o la viuda que depositó su limosna en el cepillo del templo. Dar con generosidad nos permite recibir con generosidad.
Podemos pensar que la actitud de los creyentes ante las necesidades de los demás debe estar marcada por la generosidad, donde se entrega todo, incluso la propia vida, al estilo de Jesús, como nos lo presenta la segunda lectura de este domingo: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”. Eso es ser solidario hasta las últimas consecuencias.
Hoy, en un mundo marcado por diversas formas de individualismo también encontramos hombres y mujeres que son testimonio y ejemplo de solidaridad verdadera, que lo sacrifican todo ante las necesidades de sus hermanos y hermanas, que no miden esa generosidad, sino que es algo que los desborda. No porque tengan mucho sino porque su corazón está marcado por el amor, por el profundo sentido de fraternidad que les permite pensar primero en los demás y en sus necesidades antes que en ellos mismos. Eso es ser verdaderamente solidario. ¿Tú, cómo te defines en cuanto a solidaridad se refiere? ¿Puedes considerarte un ejemplo de solidaridad para los demás?