Pensando en voz alta | 20 de febrero de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ
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Con frecuencia escuchamos frases como estas “el que la hace, la paga”, “en juego largo hay desquite”, “tranquilo, que yo sé cómo me la cobro”. Todas son expresiones que nos muestran el sentido de venganza que puede haber en el corazón de las personas, el deseo de hacer justicia por su propia cuenta, como si ese fuera el camino mejor para solucionar los problemas. Nos hemos acostumbrado a este tipo de reacciones y respuestas, y se ha vuelto algo ordinario ver cómo se siembra más violencia para responder a la violencia.
El texto del Evangelio de este domingo va en una línea completamente diferente: habla de perdón, de amor, de hacer el bien. Pero no con las personas que son nuestros amigos, familiares o quienes nos hacen bien. Es una invitación para actuar de esa manera con las personas que nos han ofendido, los que no han causado daño, nos han hecho mal. Es casi un escándalo lo que nos propone Jesús para ser sus seguidores y parecernos a Él.
El punto clave está en la reflexión que hace Jesús: si hacemos bien solo a los que nos hacen bien, no tenemos mérito alguno. Si amamos solo a los que nos aman tampoco tenemos mérito alguno. Tratemos a los demás como queremos que ellos nos traten, la medida que usemos, la usarán con nosotros. Esa es la regla de oro. Es la clave de las relaciones interpersonales, es el secreto para ir construyendo la felicidad.
Qué diferente sería el panorama del mundo si esa regla de oro la aplicáramos en nuestra vida. Qué cantidad de problemas se resolverían por el camino sencillo del perdón y la reconciliación, de comprender que se falla por fragilidad más que por malicia. Cómo nos sentiríamos tan diferentes y distintos si la aplicáramos en las pequeñas y grandes cosas de la vida.
Más aún, Jesús añade otros elementos que complementan y clarifican la regla de oro: “sean compasivos, no juzguen, no condenen, perdonen, den, les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. Todo eso porque el amor no es solo para las personas que nos simpatizan, pues se nos invita amar a nuestros enemigos, a hacer el bien a los que nos odian, a bendecir a los que nos maldicen, a orar por los que nos injurian. Todo esto, mirado humanamente, es escandaloso, no se entiende.
La vida debe ser mirada desde el amor, el perdón, la bendición. Pienso que siguiendo el ejemplo de Jesús, el camino que nos muestra, podemos afirmar que es todo un desafío para quien reconozca en su vida y en su corazón que ha fallado muchas veces en este campo. Pienso que todos, usted quien lee esta columna, yo que la escribo, las personas que nos rodean, hemos fallado y nos hemos equivocado. Es el momento de hacer vida esa regla de oro: “trata a los demás como quieras que te traten”. Pregúntate qué debes cambiar y cómo puedes orientar tu vida de ahora en adelante, teniendo como criterio decisivo la regla de oro “la medida que usen la usarán con ustedes”.