.Julio 14, 2017
¿Has visto cómo los sembradores realizan su labor en la época apropiada para hacerlo? ¿Has detallado alguna vez lo que sucede cuando la semilla cae en la tierra? ¿Has pensado que es una labor en la cual todo queda a merced de las condiciones climáticas, el sol y la lluvia? ¿Has pensado qué puede sentir el labriego que va esparciendo la semilla? ¿Te has puesto a analizar por qué la semilla no responde de la misma manera? ¿Por qué el rendimiento no es siempre el mismo en términos de producción conforme a lo gastado en la labor de siembra? Me imagino que puedes responder a todos esos interrogantes diciendo que en la cosecha y en los resultados que esta produzca entran en juego muchos factores que no dependen de la intervención humana y estás en lo correcto.
No todo puede ser programado, calculado y previsto, como pretenden hacerlo creer muchos analistas contemporáneos basados en los elementos que les dan la ciencia y la tecnología. Todo eso es verdad. Pasando al campo del pasaje evangélico de este domingo, este nos cuenta la parábola del sembrador. En dicha narración hay varios elementos que nos pueden ayudar. Uno, es el personaje central, el sembrador que pasa esparciendo la semilla.
El cumple su labor conforme a lo que le corresponde, regar la semilla. Y lo hace muy bien, cumple a cabalidad su tarea. Un segundo elemento la manera cómo germina la tierra que va de la mano del tipo de tierra. Según la calidad de la tierra será el fruto que se recoja en el momento de la siega. Y ahí está la clave. ¿Qué o quién es la tierra? Nos sorprende la respuesta. Somos cada uno de nosotros, quienes recibimos la semilla y de acuerdo a nuestras actitudes hacemos que la semilla produzca o no. Y ¿de qué depende ese resultado? ¿Por qué se nos habla en estos términos? Está descrita en la parábola nuestra manera de responder al anuncio de la buena noticia, del Evangelio.
Se acoge de una u otra manera, dependiendo de la actitud del corazón. Y eso se expresa en los cuatro tipos de terreno sobre los cuales cae la semilla. El mismo Jesús explica el sentido de la parábola. Ahí radica el camino para nuestro examen personal sobre la vida. Podemos ser terreno pedregoso, arenisca, espinoso o tierra buena. El resultado de la cosecha es la manera como respondemos a ese anuncio. El sembrador, entiéndase anunciador, realiza su labor. El resultado es totalmente nuestro.
Lo afirma el profeta en la primera lectura “como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Dice el versículo antes del Evangelio: “la semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; quien lo encuentra vive para siempre”. Considero que es la síntesis de lo que colocamos como invitación a hacer un examen de nuestra vida. ¿Qué clase de tierra somos? ¿Cómo acogemos el mensaje? ¿Qué fruto damos? Cada uno tiene la respuesta.