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Hablar y actuar con autoridad

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ

Cada semana nos vamos encontrando con diferentes aspectos de la enseñanza de Jesús, con rasgos de su personalidad que nos llevan a reconocer que hay en Él un verdadero maestro. Hoy no es una excepción a lo dicho sobre la persona, la obra y el mensaje de Jesús.

Afirmar de alguien que enseña con autoridad es mostrar que es una persona en quien la coherencia de vida es total, es descubrir que las obras, la manera de actuar, el comportamiento, respaldan lo que esa persona anuncia con su discurso. No es fácil encontrar en la historia de la humanidad personas que hayan desarrollado este aspecto en forma integral.

Cuando miramos hacia nuestro interior surge normalmente un sentimiento de cierta timidez o vergüenza, al reconocer que fallamos, particularmente en las obras que respaldan el discurso que presentamos sobre lo que son nuestras pautas y comportamientos. Es común que el aspecto teórico lo tengamos muy claro, muy bien presentado y de una consistencia sólida. Al analizar lo que es la experiencia de vida nos encontramos con la inconsistencia, marcada especialmente por nuestra fragilidad e inconstancia.

Afirmar que “este enseñar con autoridad es nuevo” expresa esa profunda coherencia. Es lo que se pide al profeta en la primera lectura, cuando se dice “pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande”. Se anuncia la muerte para el profeta que “tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado”.

Miremos ahora el panorama de nuestra vida cotidiana. Todos, desde nuestros dirigentes en los diversos niveles de la vida hasta llegar a cada una de las personas, debemos reconocer que nos hace falta coherencia, que hablamos mucho y actuamos poco en concordancia con lo que decimos. El refrán popular nos lo recuerda “del dicho al hecho hay mucho trecho”, lo mismo que el otro adagio “obras son amores y no buenas razones”. Es la invitación permanente a la coherencia de vida, a un discurso cada vez más aterrizado y comprometido con la realidad.

Pienso que la realidad de nuestro país, la realidad del mundo, serían diferentes si le prestáramos mayor atención a esa profunda coherencia de vida, a convertirnos en testimonio viviente de lo que decimos. Esa fue la fuerza que Jesús mostró en su vida, por eso la gente ante Él no pudo permanecer indiferente. O estaba con él, o contra él. No podían darse posiciones intermedias, no podía prestarse a situaciones ambiguas. Quien toma la decisión de estar con Jesús, asume el compromiso de trabajar en la línea de hablar y actuar con autoridad.

Podemos concluir afirmando que en la medida en que nuestra coherencia de vida sea mayor podremos hacernos más creíbles a quienes nos ven y nos escuchan.

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