Pensando en voz alta | 28 de agosto de 2022
Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ
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Imagina la siguiente situación: llegas a una reunión de carácter social en la cual eres una de las personas invitadas. ¿Dónde te ubicas, qué puesto ocupas? ¿Te harías en la mesa principal? ¿Y si llega alguien que debe estar en el puesto que ocupas? Te sentirías muy incómodo. Pues es la situación que nos plantea el texto de este domingo en el pasaje correspondiente del evangelio.
No podemos dejarnos llevar de lo que dice y promulga el ambiente social en el cual desarrollamos nuestras actividades: lo que cuenta es el prestigio, la fama, el reconocimiento de la gente, la alabanza y todo lo que conlleva. Es, por decirlo de alguna manera, buscar la manera de lucirse y exhibirse.
Sin embargo, la línea del seguimiento de Jesús, nos coloca en otra perspectiva. La de la humildad. Algunas personas piensan que humildad es dejar que los demás se aprovechen de las personas, que saquen ventajas, que las menosprecien. Esa no es la humildad que Jesús promueve. Es la que nace del reconocimiento de las fortalezas y debilidades de cada persona, de la aceptación de su lugar entre un conjunto de personas. Se trata de ser lo que se es, ni pretender ser más, ni permitir o propiciar que uno sea tratado como alguien que es menos que los demás.
Jesús nos dice en el Evangelio “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. La invitación es a ser profundamente objetivos, fieles a la verdad, sin exagerar, como dice el refrán “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Esa humildad no es la humildad llamada de garabato, que es solo aparente, que no refleja la realidad de las personas, de las cosas, de las circunstancias y situaciones.
La primera lectura tomada del Eclesiástico nos dice “en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque solo Él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”. Qué distinta sería la vida si aplicáramos realmente esta sabiduría. Cuántos problemas nos evitaríamos, si así procediéramos en las relaciones interpersonales. Cuántas envidias, celos y enemistades se acabarían en el mundo.
Pienso, por otro lado, que la humildad y la sencillez van de la mano, que son virtudes, cualidades, actitudes, valores, que nos permiten establecer relaciones más transparentes con las personas. Creo que sería un buen camino para construir la paz entre nosotros. Es un desafío constante que tenemos: encontrar cada día nuevos caminos que nos ayuden a alcanzar esa paz tan anhelada y tan esquiva, esa paz que parece no salir del fondo del corazón, porque dentro de nuestro interior hay demasiados orgullos, deseos de venganza, actitudes egoístas. No abrimos el corazón para que, de una manera humilde, reconozcamos los valores que poseemos y, al mismo tiempo, trabajemos por mejorar las fallas que tenemos. Humildad es verdad.