Más de una vez he escuchado el adagio popular “el cura predica, pero no se lo aplica”. Esto me ha hecho reflexionar sobre algo que hace falta en la vida. Es la coherencia entre nuestro discurso y nuestra manera de actuar. El pasaje del evangelio de hoy es un reclamo a esa división en la vida. Nos sucede lo que a muchos dirigentes y líderes. Somos excelentes en la presentación del discurso, pero cuando llega la hora de la acción, los hechos y las obras que deben respaldar lo anunciado no aparecen. Esa es la crítica que Jesús les hizo a los escribas y fariseos: “hagan lo que ellos les digan, pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”.
Es muy fácil ser anunciador de grandes noticias, mostrar caminos de seguimiento de Jesús y de fidelidad al evangelio. Lo difícil, lo exigente está en respaldar ese anuncio con las obras, con el testimonio de vida. Ahí está la clave, la piedra de toque para que cada uno, sacerdotes, religiosos y laicos nos preguntemos sobre la coherencia de vida que tenemos, sobre la manera como las palabras y las obras van en la misma línea. No temamos reconocer que nos hace falta mejorar en este aspecto.
Pienso que vale la pena mencionar a alguien que fue profundamente coherente en lo que decía y lo que hacía, entre su predicación y su amor al prójimo asumido como lema y tarea de vida. Me refiero al P. Alberto Hurtado, SJ jesuita chileno canonizado hace dieciocho años por el Papa Benedicto XVI en Roma. Cuando tiene la oportunidad de visitar el país de Chile, se encuentra con la figura de San Alberto Hurtado, SJ como el apóstol de esa nación. Un hombre que hizo del amor y el servicio su constante actuar. El Hogar de Cristo, obra a favor de los más desprotegidos de Chile, cuenta con 900.000 donantes voluntarios que aportan lo que está a su alcance para sostener esa obra que está extendida por todo el país austral. Hablar del P. Hurtado y hablar del compromiso cristiano hecho vida es casi lo mismo. Vivió entre 1901 y 1952. Su muerte, a edad temprana, a consecuencia de un cáncer, podemos decir que fue la conclusión de su amor y entrega.
La expresión “contento, Señor, contento” que repetía con frecuencia, en la fase terminal de su enfermedad, nos habla de la altura espiritual de este hombre. Fue la voz de la conciencia para el Chile de la década de 1940 a 1950. Se había preparado intelectualmente para realizar un trabajo de grandes proporciones. Su voz fue escuchada por los diferentes grupos de personas que conformaban la sociedad chilena de su época. Cuestionó, interpeló e interrogó. Invitó a hacer vida lo que hemos escuchado muchas veces “descubrir a Cristo presente en el hermano que sufre y tiene necesidad”.
El testimonio de este hombre de Dios nos muestra que sí es posible ser coherente, que la unión y armonía entre lo que se dice y lo que se hace, entre nuestra palabra y nuestras obras no puede quedarse en lo teórico, que “las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra” no es pura teoría, sino algo que debemos buscar cada día con mayor insistencia. Debemos ser creíbles por el testimonio de vida y no solo por nuestra manera de hablar.