La cuaresma nos va presentando elementos que sintetizan todo lo que es la historia de la salvación y al mismo tiempo, el itinerario de nuestro compromiso cristiano. Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos elementos muy valiosos. Por un lado, está la petición que Dios le hace a Abraham que implica que sacrifique a su hijo. Por el otro, está la escena de la Transfiguración que nos lleva a reconocer esa doble realidad que se hace presente en la vida de todo cristiano: la cruz y la gloria.
En cuanto a la primera realidad que se nos presenta en la primera lectura, nos habla de sacrificar lo más valioso, que es su propio hijo y ofrecerlo al Señor, así sea el heredero de la promesa. Tomar la decisión de emprender la aventura del seguimiento de una vocación, de un llamado, es jugarse el todo por el todo, es arriesgarse a ir en busca de lo desconocido, confiando en la palabra y en la promesa de Dios. Eso es lo que llamamos fe y la actitud de Abraham, la propia de un creyente.
El segundo aspecto para interiorizar lo encontramos en el evangelio. La escena de la Transfiguración nos presenta la doble realidad del dolor y la alegría como componentes de la vida ordinaria, de la realidad de cada día. No siempre podemos pretender que todo sea gozo, alegría, triunfo. El otro elemento que aparece nos habla del dolor, el sufrimiento, la muerte. Muchas veces pensamos que solo podemos vivir en medio de la alegría, que el dolor no pertenece a la realidad de la vida humana, que es algo ajeno, que no nos corresponde asumirlo. Sin embargo, no podemos olvidar que para llegar a la gloria de la resurrección es necesario pasar por el dolor de la cruz, que el Viernes Santo conduce necesariamente a la gloriosa mañana del Domingo de Pascua, que del monte Calvario se llega al monte Tabor.
Con frecuencia me he puesto a pensar lo que puede significar la vida para aquellos que todo lo tienen, que no saben lo que significa el dolor, que pretenden resolver con soluciones materiales los problemas que se les presentan. Son personas para quienes el horizonte de vida, el sentido de la misma, puede llegar a ser muy estrecho y corto. No hay desafíos, no hay retos que entusiasmen y apasionen. Al mismo tiempo, cómo aparece la creatividad, la recursividad para solucionar la problemática que afecta a quienes cada día deben enfrentarse a las situaciones más complejas y difíciles. No se dejan vencer por los obstáculos, el sentido y el horizonte de la vida son amplios.
Miro cuál es el panorama de nuestra patria y me encuentro con elementos que me permiten afirmar que estos dos elementos se dan en la cotidianidad de un país que quiere lograr su pleno desarrollo, pero se ve sumergido en la crisis, en el dolor, en la zozobra, en la muerte y la destrucción. Al mismo tiempo, los signos de paz, de esperanza, de actitud positiva, nos llenan de optimismo. Debemos aprender a convivir con esa doble realidad, sin pretender que sea solo una u otra. Se dan las dos, se entremezclan y nos desafían.