Julio 21, 2017
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Me llama la atención la manera como las amas de casa, los jardineros, los agricultores cuidan sus plantas. Saben el momento adecuado para podarlas, abonarlas, desyerbarlas. Son tareas que la vida y la experiencia les han enseñado, las hacen con un gran amor y por eso, sus matas, sus flores y sus plantaciones suelen tener un aspecto envidiable. Cumplen su tarea con cuidado programado, porque de eso depende el que en un momento determinado un cultivo de flores o una cosecha de frutos estén en el momento preciso para ser cosechados.
Vemos al mismo tiempo, a nuestro alrededor, personas excelentes, que hacen el bien, que pasan por encima de las dificultades y tropiezos que encuentran en el camino. Son esas personas que siempre tienen una sonrisa en sus labios, una expresión de alegría en su rostro. Son esas personas que en el momento de la dificultad o la tragedia, el duelo familiar o la calamidad doméstica, tienen una expresión de profunda serenidad en su semblante, inspiran e irradian paz. Por otro lado, encontramos también personas con el ceño fruncido, con la mirada maliciosa, personas que están al acecho de la oportunidad más propicia para hacer el mal, para causar daño, para vengarse de la afrenta recibida. Los dos tipos de personas conviven en un mundo complejo, difícil y desafiante.
El Evangelio de este domingo nos coloca ante la realidad de la presencia conjunta del bien y del mal en el mundo, en la vida de los pueblos y sociedades, en la realidad familiar y personal. Lo que sucede en los campos es parte de lo que acontece en la vida de las personas. Dentro de nosotros se hace presente la fuerza del mal que nos invita a hacer lo que no debemos, a dejar de hacer lo que debemos.
Al mismo tiempo, coexiste la fuerza del bien, la que nos impulsa a ser generosos, a hacer el bien, a expresar nuestra solidaridad. Esas dos fuerzas, como lo dice San Ignacio, luchan en nuestro interior, para ver cuál de las dos logra triunfar sobre la otra. No es algo ajeno a la realidad ordinaria de todos los días. Nos encontramos ante posibles oportunidades de sacar ventaja en cuanto a lo personal o familiar; muchas veces, el mismo contexto nos dice “todo el mundo lo hace”. Es el campo de la cizaña, es dejar entrar el mal en nuestro espíritu. Otras veces, es la voz de la conciencia que nos reconoce las buenas acciones, las actitudes positivas.
El campo del trigo ha echado raíces en nuestro campo personal. ¿Cuál de los dos, el trigo o la cizaña, logrará arraigar? La cuestión de cultivo, abono, cuidado y poda es de cada uno. Es el alimento que le dé a su vida interior, es el desarrollo de su dimensión espiritual.
Vale la pena. En estos días, pensando en este pasaje del Evangelio, se me vino a la mente, la imagen de una propaganda por televisión, donde aparecen un ángel muy blanco y un diablillo conversando sobre algún asunto en el cual entra en juego el discernimiento entre el bien y el mal. Solo cada persona puede resolver esa pregunta: ¿a cuál de los dos lados inclinarse? ¿Cuál de las dos fuerzas tendrá el terreno ganado? ¿Seremos parte de los que producen trigo, o seremos parte de la maleza y la cizaña? Ambos siempre estarán.