¿Qué haría cada uno de nosotros si alguien nos pidiera que pusiéramos por escrito nuestra experiencia de encuentro y conocimiento con alguna persona especialmente significativa? ¿Y qué sucedería si esa persona tan especial fuera el Señor Jesús, el Dios hecho hombre, en quien creemos? ¿Qué diríamos, qué escribiríamos, qué consideraríamos importante? ¿Cuál sería el eje central de nuestro testimonio? La respuesta a todas esas preguntas, la encontramos en lo que es el evangelio escrito por Lucas.
Él nos dice al comienzo del texto lo que ha querido hacer: “yo, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Habla sobre las tradiciones transmitidas por quienes primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Es la doble dimensión de quienes han dado ese testimonio: testigos y predicadores. Dan fe con su palabra de lo que vieron y oyeron. Son testigos de primera mano, que han querido compartir su experiencia con Jesús de Nazareth. Experiencia que para ellos significó el encuentro del sentido de su vida.
A continuación el texto del evangelio de este domingo pasa a narrar la experiencia de Jesús de Nazareth en la sinagoga de su pueblo. Allí expresa cuál es su misión “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio (buena noticia) a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Es un texto tomado del profeta Isaías. La clave para entender este pasaje la da el mismo Jesús cuando a renglón seguido, afirma “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Al leer cuidadosamente este texto, comprendemos que la misión de Jesús no está relacionada con las cosas temporales, no tiene nada que ver con la reconstrucción del reino de Israel, no es cuestión de poder, de prestigio o de influjo. En eso, los judíos se equivocaron. No comprendieron lo que siglos antes había anunciado el profeta Isaías, y que ahora se veía cumplido en la persona de Jesús. Era, ante todo, una misión orientada hacia los necesitados, los desposeídos, los marginados. Era para todos los que se reconocían necesitados del amor de Dios, que abrían su corazón a la acción salvadora y liberadora de un Dios que ama y que perdona.
Hoy, cuando el mundo se mueve con criterios que tienen que ver con la eficiencia, con el uso del poder y el prestigio, estamos invitados a hacer realidad la misión de Jesús, en el contexto de un mundo marcado por lo material, donde lo espiritual corre el peligro de ser visto como algo innecesario, como algo fuera de contexto. Esa misión de Jesús tiene pleno sentido y nosotros estamos llamados a hacerla realidad.