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La parábola del crecimiento

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Junio 15, 2018

Siempre me ha llamado la atención contemplar cómo las plantas crecen, cómo los animales se van volviendo adultos, cómo las personas van madurando. Ante estos hechos me pregunto cómo se dan las cosas y qué debemos hacer ante estas realidades. Creo que lo mejor es leer el evangelio de este domingo y encontraremos la respuesta. “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla va creciendo, sin que él sepa cómo”.

Esa es la realidad de la vida, la realidad de la naturaleza. Sembramos, pero no nos corresponde a nosotros determinar el crecimiento. Es algo que se escapa a nuestro control, como tantas cosas en la vida. Sin embargo, muchas veces nos inquietamos y nos preguntamos qué más podemos hacer. Nos sucede lo que decían algunos hace tiempo, cuando tuvimos el apagón de 1992 “el sol no sale más temprano, así nos hayan adelantado la hora”. Las cosas, los seres tienen sus ciclos que nosotros no podemos alterar. Todo a su tiempo.

Continúa el texto: “la tierra va produciendo la cosecha ella sola… cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. La maduración tiene su punto, debemos aprender a conocer dicho punto para no dañar todo el trabajo realizado durante mucho tiempo. El agricultor sabe esos momentos y lo que debe hacer. Luego continúa: “el grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Tampoco podemos violentar los procesos, pensando que podemos hacer que algo o alguien crezca más de la cuenta, o al contrario, detener su crecimiento.

Cada ser en la creación tiene su proceso de desarrollo y a nosotros nos corresponde respetarlo. Nuestra tarea es ayudar, apoyar, abonar para que se dé el crecimiento. Esto lo aplico principalmente a las personas. Debemos ser profundamente respetuosos de los procesos de cada uno, darle el tiempo al tiempo, no pretender adelantar o atrasar el crecimiento o el desarrollo. Nuestra misión es la de acompañar, apoyar, orientar, aconsejar.

Somos compañeros de camino de los demás, especialmente cuando nos piden que los acompañemos. Es una tarea de profundo respeto donde la libertad es esencial para lograr esa madurez que cada uno debe alcanzar. Pienso en nuestra tarea como educadores, como sacerdotes, como formadores de personas que van creciendo y van descubriendo las maravillas de la vida, las posibilidades que tenemos ante nosotros y que todo depende de nuestras decisiones que deben ser tomadas de la manera más acertada posible.

Cada persona va creciendo, aunque nosotros no lo percibamos. Cada persona va madurando a su ritmo, siguiendo su proceso y debemos respetarlo con total apertura. El día de mañana esas personas serán acompañantes en la vida de otros. De acuerdo a lo que hayan vivido con nosotros podrán realizarlo con otros. Miremos a la naturaleza, a todo lo que nos rodea. Aprendamos de ella para la vida y reconozcamos que la misma naturaleza tiene secretos que no podemos violentar. Son las lecciones que nos ayudan.

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