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La parábola del sembrador

Pensando en Voz Alta

Pensando en voz alta | 12 de julio de 2020

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Siempre he admirado la labor de quien siembra, porque es caminar en la incertidumbre de no saber ni poder predecir el resultado cuando se llegue el tiempo de la cosecha. Considero que quienes hacen la labor de sembrar son personas de una fe profunda, que lanzan la semilla a la tierra, esperan los resultados, cuidan la semilla que se va desarrollando pero nunca pueden medir resultados hasta después de la cosecha. Pienso al mismo tiempo en quienes somos sembradores en el campo de la educación y en el terreno de lo espiritual. La semilla se esparce, los resultados casi nunca se conocen y, sin embargo, estamos llamados a seguir sembrando aun contra toda esperanza, porque es nuestra vocación y nuestra misión.

El ejemplo que nos presenta el texto evangélico de este domingo es esa parábola y el mismo Señor nos da la interpretación desde la experiencia interior de lo espiritual. Por eso, hago una invitación a quienes leen mi columna, para que cada persona se pregunte qué clase de tierra es, cómo acoge la palabra de Dios y qué fruto ha dado. Es algo de actitud personal, pero es también algo de sentido de construcción de comunidad. No caminamos solos en la experiencia de fe, lo hacemos con otros que, como nosotros, tienen ese sentido trascendente de la vida. Por lo tanto, el fruto es personal de acuerdo a la respuesta dada.

Quiero referirme ahora a quienes tenemos la misión de ser educadores y educadoras. No somos solo quienes trabajamos en la institución educativa, son también los padres y madres de familia, quienes son por naturaleza los primeros educadores de sus hijos e hijas, quienes siembran en sus corazones las primeras semillas de los valores y actitudes fundamentales en la vida. Cómo podemos olvidarnos de esa tarea tan delicada e importante para la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo país, donde la vida y la dignidad de cada persona sean el fundamento sobre el cual se construya el orden social, las relaciones tanto interpersonales como comunitarias, el ejemplo y testimonio que les damos para que ellos puedan tener referentes adecuados en cuanto a comportamientos se refiere.

Es cierto que la misión del sembrador es esparcir la semilla, pero también de quien siembra depende qué tan preparado y abonado pueda estar el campo en el cual se va a depositar la semilla. Y esa tarea es nuestra y solo nuestra. Muchas veces nos quejamos sobre la manera como se comportan nuestros niños y jóvenes, pero ¿hemos mirado hacia nuestro interior y nos hemos cuestionado sobre la manera de cumplir la tarea de disponer el campo para la siembra? Queremos que el colegio haga todo el trabajo y afirmamos que para eso damos los aportes económicos, pero nos olvidamos de la misión primaria de la familia en cuanto a la educación de sus hijos corresponde.

La parábola del sembrador nos lleva a identificar diversos tipos de familia, desde las completamente permisivas, pasando por las autoritarias e impositivas, hasta llegar a lo que podemos llamar familias integrales que cumplen su vocación y misión, aun en medio de las dificultades, superando los obstáculos que se les presenten, haciendo todo lo que está a su alcance para cumplir su tarea: ser educadores primarios y fundamentales de sus hijos. Recordemos que todos somos sembradores por medio del ejemplo y el testimonio.

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