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¿Dónde te ubicas?

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Octubre 24, 2019

Con frecuencia tomamos partido, nos ubicamos de un lado u otro, según situaciones, circunstancias, conveniencias, creencias, gustos o disgustos. De acuerdo a dichas simpatías o antipatías, asumimos posiciones de ataque o defensa con respecto a ideologías, actitudes y cosas semejantes. Pensemos en temas de deporte, de política, de religión, de arte y otros aspectos.

En el texto evangélico de este domingo se nos presenta la manera como dos personas se ven a sí mismas y, por consiguiente, se ubican. Son dos actitudes ante la vida, dos maneras de verse en su relación con Dios y su relación con los demás. Se trata del fariseo y el publicano. Y me atrevo a pensar que no se trata de ubicarse en uno de los dos, sino de caer en la cuenta de que todos, sí, todos, tenemos de los dos, en mayor o menor grado.

Veamos. El primero de ellos, el fariseo, es el tipo de persona que se percibe como alguien cumplidor estricto de lo que manda la ley, se considera impecable y, por lo tanto, incapaz de reconocer su propia fragilidad. Para eso no hay campo, porque el horizonte es demasiado pequeño, se circunscribe a alabarse a sí mismo y despreciar a los demás, porque los considera inferiores a él. El segundo asume una actitud diferente. Se reconoce frágil, admite que es pecador. Su horizonte lo coloca en la perspectiva de alguien necesitado de amor y comprensión, que no se atreve ni siquiera a levantar la mirada y se queda casi a la puerta del templo. No se compara, no se alaba y mucho menos, asume una actitud despectiva.

Al comparar a los dos, fácilmente se puede caer en el peligro de alabar al segundo y criticar al primero. Pero ese no es el asunto. Se trata de mirar hacia el interior de cada uno de nosotros y preguntarse qué tengo yo en mis actitudes que me asemejan al fariseo y cuál es el daño que esto me causa en las relaciones con los demás. De la misma manera, estoy invitado a preguntarme qué hay en mí del segundo personaje, del publicano, sabiendo que la fragilidad es propia de todos los seres humanos y, que por esa misma fragilidad no podemos dejarnos llevar de la desesperación, de la pérdida del sentido de la vida.

Ver que en cada uno de nosotros se dan las dos realidades, nos hace ser más objetivos, comprendiendo que no somos tan malos como creemos ni tan buenos como pensamos, sino que somos una mezcla de los dos. Que las actitudes que asumimos están marcadas por las dos realidades, que en ocasiones podemos ser tan orgullosos como el fariseo y en otras tan humildes como el publicano. Como dice el adagio “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Ahí está la clave que nos permite hacer un autoexamen objetivo, de un profundo respeto con nosotros mismos y con los demás, porque no exageramos y no somos ingenuos. Al exagerar podemos ser injustos y al ser ingenuos podemos convertirnos en idealistas.

En síntesis, la cuestión no es dónde ubicarse, porque no se trata de eso, sino examinarse para reconocer con sencillez qué tenemos del uno y del otro para así poder ser sanamente realistas.

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