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La voz que clama en el desierto

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Diciembre 9, 2018

El evangelio de hoy nos recuerda a la persona de Juan Bautista: un profeta que desde siempre tuvo clara la llegada de quién sería nuestro Mesías. Enrique Gutiérrez, S.J. nos invita a estar convencidos de nuestra misión y, con ella, ser valientes para convertir los principios en acciones. La persona de Juan Bautista es atrayente. El influjo que tenía sobre quienes lo escuchaban era muy grande.

Propuso un nuevo estilo de vida, partiendo del reconocimiento de la propia fragilidad, invitó a una conversión del corazón. No se proclamó Mesías porque no lo era. Pero mostró el camino para llegar a Jesús de Nazareth, el Dios hecho hombre. Era su misión, ser el precursor de quien venía a salvar a la humanidad de la esclavitud del pecado.

Los datos históricos que presenta el texto de este domingo, nos ayudan a comprender que la historia de salvación, el plan de Dios sobre la humanidad, no es algo teórico, es un hecho que se ubica en un lugar y en un momento concreto, pertenece a la historia de un pueblo. La acción del Dios que salva se da en esa historia que vamos construyendo los seres humanos, con nuestros amores y desamores, con nuestras guerras y búsqueda de la paz, con la vida y la muerte. Es algo que debe impulsarnos a comprometernos con la vida real y concreta de la cultura en la cual vivimos.

Por otro lado, la presencia de Juan el Bautista, como bien nos lo presenta el pasaje evangélico que nos ocupa, es la de una persona convencida de su misión, que sabía muy bien para qué estaba y qué debía hacer. Es también, para nosotros, un ejemplo para la manera como cumplimos las misiones que se nos encomiendan, para preguntarnos sobre cómo asumimos la vocación a la que hemos sido llamados y los compromisos que se de esa vocación-misión se derivan. Con frecuencia nos encontramos en una posible contradicción entre lo que decimos que somos y la manera como obramos. No es fácil encontrar el camino de la coherencia, de la rectitud y la honestidad.

Nos dejamos llevar con cierta facilidad por lo más atrayente, por lo más popular, por lo que hace todo el mundo, por lo que el común de la gente considera “normal”. Nos olvidamos que los principios, para que tengan sentido e iluminen la vida, se deben vivir, afectar nuestras actitudes y comportamientos. De lo contrario, se quedarán en palabras, ideas y frases bonitas.

La misión de Juan Bautista fue disponer los corazones de quienes lo escuchaban, predicando un bautismo de conversión. En más de una ocasión debió denunciar el mal que había en los diferentes grupos de la sociedad de su tiempo, mostrarles, al mismo tiempo, el camino correcto, e invitarlos a recibir el bautismo de perdón de los pecados. El sabía que más tarde llegaría el esperado, el anunciado, el Mesías, de quien era el profeta y precursor. Por eso “allanó los senderos y elevó los valles, enderezó lo torcido e igualó lo escabroso” como lo anunció el profeta Isaías. Era su misión, sabiendo que le correspondía ser la voz que clama en el desierto, y la cumplió.

Tanto que pudo afirmar “conviene que él crezca y yo disminuya”, como también “detrás de mí viene uno que es más que yo y a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Tiempo propicio para revisar la manera como estoy asumiendo mi llamado y mi misión.

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