Pensando en voz alta | 19 de febrero de 2023
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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.
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Al leer el texto del evangelio de este domingo me surge una pregunta: ¿qué distingue a un cristiano?, ¿qué lo diferencia del común de las personas?, ¿cuál es su sello? Recuerdo el texto de la carta a Diogneto que nos expresa con sencillez la respuesta a estas preguntas: no son las costumbres, ni las tradiciones, ni los principios lo que distingue a los cristianos. Es algo que es, a la vez, muy sencillo o muy complejo, según se lo mire: es la manera de actuar, su comportamiento, lo que le permitió al autor poder decir de los cristianos: “mirad cómo se aman”.
Estamos acostumbrados a movernos en un mundo cuyos valores tienen que ver con el deseo de venganza, diciendo “el que la hace la paga”, “en juego largo hay desquite” y otras expresiones semejantes. Ese ha sido el criterio que, incluso cuando éramos niños, nuestros padres nos inculcaron: “usted no se deje, si le pegan, usted también dele”; y así nos fuimos acostumbrando a manejar nuestras relaciones. ¿Qué tal si pensamos en un nivel un poco más amplio? Tenemos que reconocer que hemos sido intolerantes, agresivos y violentos. Pienso en todo lo que estamos viendo y viviendo. Me vienen a la mente las imágenes que nos hablan de la intimidación escolar, de la burla, el abucheo y otras formas de ridiculizar a las personas.
Si leemos con cuidado lo que nos dice el evangelio, vamos a encontrar una dinámica nueva, algo que debe distinguirnos y que es una invitación a cambiar la forma de relacionarnos. Lo primero que aparece en el texto es el cambio del principio “ojo por ojo y diente por diente”. Se nos habla de poner la otra mejilla, de dar no solo la túnica sino la capa, de caminar no una sino dos millas, de dar cuando nos pidan y de prestar si así lo solicitan. Debo reconocer que eso no es fácil. Sin embargo, al analizarlo más cuidadosamente, descubrimos que es sencillamente hacer realidad lo que dice el apóstol Pablo: “vencer el mal a fuerza de bien”.
Pero no se queda en lo anterior. Va más allá. Afirma que antes se decía: “amen a su prójimo y aborrezcan a su enemigo” y ahora Jesús nos dice: “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian”. La reflexión no admite cuestionamientos: “si aman a los que los aman, eso lo hacen los publicanos. Si saludan a sus hermanos, eso lo hacen los gentiles”. Eso es lo que nos distingue: el amor hecho vida en la cotidianidad, con las personas que nos pueden resultar menos simpáticas o, incluso, antipáticas. Más aún, se trata de llegar a amar al que nos ha causado daño o nos ha hecho algún mal. ¿Seríamos capaces de llegar a hacerlo?
Recuerdo una frase que le escuché hace tiempo, a un profesor mío, hablando sobre el camino que debemos recorrer para alcanzar el perdón y la reconciliación. Él decía: “se trata de perdonar lo imperdonable” para que logremos el verdadero perdón que tanto necesitamos y la reconciliación que nos permita empezar a construir un nuevo país. Pensemos, ¿seremos capaces de perdonar lo imperdonable? Sería la mayor prueba de un amor cristiano, inspirado en las enseñanzas del evangelio, como aquello que nos distingue.