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Morir para vivir

Pensando en Voz Alta

Por: Enrique A. Gutiérrez T, SJ

Marzo 16, 2018

«Con frecuencia he presenciado la siguiente escena: un niño enfermo cuidado por su madre, día y noche. Ella no se despega del lecho de su hijo, es incansable, no importa cuán larga sea la jornada, si deba volver a la casa y continuar con los oficios ordinarios que ella realiza o deba permanecer semanas o meses cuidando a ese hijo querido que la necesita. Es parte de su propio ser y por él, por su salud, por su vida, está dispuesta a entregar su propia vida. Es el amor de una madre.

Ese cuadro nos es familiar porque conocemos lo que significa el amor de madre, lo que para ella vale la palabra dar vida, lo que conlleva el sacrificio y lo que exige la entrega. Pues bien, esa imagen aparece descrita en el texto evangélico de este domingo. Es cierto que no aparece con las mismas palabras pero la esencia es la misma. Se nos habla de un grano de trigo que para fructificar debe caer en la tierra y morir.

Es decir, para dar vida debe morir, debe desgastarse, deshacerse, para hacer posible ese nuevo ser que se llama la planta de trigo. Más aún, Jesús habla del seguimiento. Es tener parte con Él en la cruz para tenerla luego en la gloria como dice San Ignacio en los Ejercicios Espirituales. Es una invitación que compromete todo el ser de quien se reconoce cristiano, es preguntarle si realmente ama hasta la entrega de su propia vida. Siempre he pensado que el ser seguidor de Jesús vivido en la radicalidad que exige, significa jugarse el todo por el todo por una causa que vale la pena, es tomar parte con Él.

Hoy, cuando el mundo nos rodea de tantas comodidades pienso que no es fácil asumir dicho desafío porque la gente no está acostumbrada a ese tipo de renuncia y de entrega. Prefiere el camino cómodo y fácil del menor nivel de compromiso. Es mejor permanecer tranquilo en casa que ponerse a pensar en todo lo que eso implica de desajuste y esfuerzo. Los medios modernos de comunicación nos han facilitado todo, nos han reducido los esfuerzos y el trabajo.

Esta facilidad ha contagiado la dinámica espiritual que debemos llevar en nuestro compromiso al hacerlo vida. Vuelvo a pensar en la madre de la escena inicial y reflexiono sobre ese cuadro. El amor nunca pasará de moda, la entrega y el sacrificio de la madre, de las personas que aman al estilo de nuestras madres, siempre estará presente en la vida y la historia de la humanidad, no importa si esas personas son sencillas y humildes, son ejecutivas actuales, o personas que se dedican a las labores discretas del hogar.

Ahí se sigue cultivando el amor hecho vida, al ejemplo del grano de trigo que cae en la tierra, muere y se vuelve fecundo. Cuánto nos enseñan esas personas que gastan su vida al servicio de los demás, no importan los años, los dolores y sufrimientos. Viene a mi memoria la figura cansada por el peso de los años y la enfermedad del querido Papa Beato Juan Pablo II, quien falleció hace cerca de siete años. Murió para continuar viviendo por medio de su palabra perenne que resuena vigorosa invitándonos a “abrir las puertas de nuestros corazones a Jesús”, para que demos fruto abundante.

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