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Muerte y vida

Pensando en Voz Alta

Pensando en voz alta | 26 de marzo de 2023

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Por: Enrique A. Gutiérrez T., SJ.

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El texto que nos presenta el evangelio, este domingo, nos habla de la resurrección de Lázaro, miembro de una familia muy querida por Jesús, quienes con frecuencia lo acogían en su casa. Pero el punto central no está ahí, radica en lo que sucede a raíz de la muerte de Lázaro y la manera en la que reacciona Jesús. No podía ser de otra manera ante el hecho de ser alguien muy cercano y amigo, lo que le permite a la gente poder decir: “miren cómo lo amaba”.

Podríamos quedarnos en el hecho de la resurrección, o mejor, en la revivificación de un muerto que vuelve a la vida material, pero lo central no está ahí, es lo que da pie para la enseñanza de Jesús. Quien cree en Jesús, aunque muera vivirá, porque tiene en Él la vida eterna pues es “la resurrección y la vida”, porque el sentido de la muerte no se agota con el hecho de colocar el cuerpo de quien ha fallecido en una tumba o sepulcro. Es abrirse a la verdadera vida, es lanzarse a la inmensidad de Dios con una profunda fe, sabiendo que es necesario morir para vivir. Todo está en perfecta conexión con lo que hemos interiorizado los domingos anteriores. Veamos.

Se nos ha hablado del paso por el dolor y el sufrimiento para alcanzar la gloria en la escena de la transfiguración, se nos ha invitado a buscar el agua que da la vida y que calma la sed interior en el episodio de la samaritana; hemos sido invitados a reconocer a Jesús como la luz que ilumina nuestro caminar en la curación del ciego de nacimiento. En el primer domingo de cuaresma se nos invitó a hacer frente a la dificultad, a la tentación, desde la perspectiva de Jesús. Luz, agua, vida, gloria por alcanzar, son temas que van íntimamente conectados con todo lo que significa ser seguidor de Jesús, son maneras de hacernos verdaderos discípulos de Él.

Creo que una de las realidades que más golpea a nuestro mundo es la muerte, porque no la miramos desde la óptica de la fe, nos quedamos en lo puramente externo, sin trascender, sin encontrar sentido, sin superar lo puramente existencial. Es necesario cruzar el umbral de la muerte, dura y dolorosa, pero también necesaria, para acercarnos a la Vida, con mayúscula, porque es la razón y el sentido de esta vida pasajera marcada por la temporalidad y la espacialidad. Ahí está la clave, la piedra de toque, para darle un verdadero sentido a ese momento angustiante y doloroso del final de nuestra existencia: morir para vivir, para abrirse a la plenitud de Dios, a la eterna alegría y a la felicidad de haber alcanzado la meta hacia la cual vamos caminando.

Pienso que cuando nos encontramos a una semana de iniciar la semana mayor, vale la pena preguntarnos qué tan preparados y dispuestos nos encontramos para ese paso definitivo, especialmente de nuestros seres queridos. ¿Podemos hacer profesión de fe como Marta y reconocer en Jesús al Mesías, al que debía venir al mundo? ¿Queda en nuestro interior ese sabor de desesperanza y de angustia como si fuéramos personas sin fe? O, por el contrario, tomamos la decisión de ser testigos de la resurrección, aun en los momentos de mayor dolor y soledad interior, para afirmar que “morimos y resucitamos con Cristo”.

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