Por: Diego Aristizábal
Junio 8, 2012
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Triste que aquel que decide en este país organizar las comunidades, trabajar con ellas para hacer valer sus derechos y quiere, bajo cualquier circunstancia, dignificar la vida, sea tildado de guerrillero. No hay nada más fácil que señalar desde la comodidad de la casa a aquellos que están en medio del conflicto tratando de cambiar algo, de creer en algo. Todo empeora si quien actúa es formado y tiene un discurso de equidad social y cree que es necesario escuchar a la gente para detener esta guerra. En esto ha creído el sacerdote jesuita Francisco de Roux quien la semana pasada fue acusado injustamente de ser otro cura guerrillero. Si alguien ha estudiado en las mejores universidades del mundo (London School of Economics, La Sorbona) y ha entendido muy bien para qué sirve la Economía, una ciencia social que muchos han malinterpretado, es el padre De Roux, quien además sabe perfectamente lo que significa el Desarrollo y la Ética Pública, la Justicia y la Paz, el respeto por los derechos humanos. Por eso pienso que ojalá existieran más revolucionarios como él, capaces de sacar adelante, por ejemplo, el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. Ojalá también existieran más revolucionarios como Alcides Jiménez , sacerdote que creó en el Putumayo las comunidades Semillas de Paz y la Asociación de Mujeres de Puerto Caicedo pero el 11 de septiembre de 1998 fue asesinado. Ojalá nacieran a diario revolucionarios como el sacerdote Tiberio Fernández , quien bajo la figura del cooperativismo creó 45 empresas comunitarias y apoyó incondicionalmente las marchas campesinas en Trujillo. La filosofía de él era una forma de aglutinar más al pueblo para que fuera más unido y también para que fuera adquiriendo conciencia de sus problemáticas y supiera a qué tiene derecho, dice uno de los testimonios del libro Trujillo, una masacre que no cesa. El padre Tiberio conjugó lo antropológico y lo espiritual, se hizo campesino con las personas del campo, pero como quiso sembrar la paz lo asesinaron el 17 de abril de 1990. Ojalá se multiplicaran cada minuto personas como Amparo Montoya , hermana carmelita que llegó hace más de 15 años a Vallejuelos preocupada por el desplazamiento forzado y las necesidades de la gente. Allí fundó un comedor comunitario donde reciben desayuno y almuerzo más de 200 niños, ancianos y madres gestantes. Ojalá nacieran más sacerdotes como Gerardo Whelan , inmortalizado en la película Machuca, o como el jesuita Ignacio Ellacuría o como tantos buenos padres que han sabido proteger valientemente a sus hijos. Aquí es donde yo veo a la Iglesia y entiendo toda su dimensión social, su interés por los seres humanos, no detrás de esas bambalinas y pompas de oro, detrás de ese deseo desmedido de poder, detrás de esa soberbia que tantos sacerdotes, monseñores y cardenales pregonan como si este país necesitara papados.